Asesinos seriales mexicanos que perturbaron a la sociedad
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Asesinos seriales mexicanos que perturbaron a la sociedad

Los asesinos seriales mexicanos han dejado una huella oscura en la historia del país. Los casos han conmocionado a la sociedad y generado un profundo interés en la psicología criminal. Desde figuras notorias como «El Goyo Cárdenas«, considerado uno de los primeros asesinos en serie de México, hasta casos más recientes que aún resuenan en la memoria colectiva, estos criminales han desafiado la comprensión humana y planteado interrogantes sobre los motivos detrás de sus atroces actos.

La realidad de los asesinos seriales mexicanos se magnifica o trivializa también en los medios de comunicación. Además, la cultura popular mexicana les ha brindado al paso de la historia un aire de mito o leyenda urbana, pese al dolor y afectación de las víctimas. Su estudio y análisis han aportado un legado importante a la criminología y la psicología forense en México. Sus historias han inspirado películas, libros y hasta series, todas aportando un grado de ficción a la aterradora realidad.

Francisco Guerrero «El Chalequero»

Este hombre es considerado el primero de los asesinos seriales mexicanos, al menos, que se han registrado. Entre 1880 y 1888 asesinó despiadadamente a 20 trabajadoras sexuales de quienes se ganaba su confianza al actuar de manera educada y caballerosa. Mientras que la realidad de las crónicas de la época lo describieron como una ser manipulador y vil. Su apodo deriva de su forma peculiar y cotidiana de vestir: pantalones entallados, fajas y un chaleco. También se le conoció como el «Degollador del Río Consulado», lugar donde fue hallada su víctima.

Su detención se logró el 13 de febrero de 1888, tras ser denunciado por los vecinos de una de sus víctimas. Aunque la policía no pudo comprobar su responsabilidad en el resto de los asesinatos, uno bastó para que fuera condenado a muerte. Pero, Porfirio Díaz, presidente de la época, revocó su sentencia y le imputó una pena de 20 años en la temida prisión de San Juan de Ulúa, Veracruz. Un error lo liberó en 1904 y lo llevo a cometer otro asesinato: esta vez se trató de una anciana a quien violó, golpeó y degolló. Gracias a un reportero que investigó el caso, volvió a la cárcel en 1908 para ser sentenciado a muerte en 1910.

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Gregorio «Goyo» Cardenas

Quizá el caso más polémico si de asesinos seriales mexicanos hablamos. La prensa de la época lo bautizó como «El estrangulador de Tacuba» tras la comisión de sus delitos entre agosto y septiembre de 1942. Sus víctimas fueron su pareja sentimental compañera de la carrera de ciencias químicas y tres trabajadoras sexuales. Su patrón de delito se repitió con las últimas víctimas: tenía relaciones sexuales con ellas, las ahorcaba y posteriormente, las enterraba en el jardín de su casa.

Tras un internamiento en un hospital psiquiátrico, confesó sus crímenes y fue recluido en el temido Palacio Negro de Lecumberri. Su historia dentro de la cárcel fue muy peculiar: tomó clases de psiquiatría y derecho, recibía visitas, tenía relaciones con las enfermeras y podía salir cuando quisiera. En 1976, tras un indulto presidencial por parte de Luis Echeverría, salió de prisión y recibió un homenaje en la Cámara de Diputados por supuestamente ser un ejemplo de readaptación social.

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Higinio Sobera de la Flor «El Pelón»

La prensa mexicana siempre ha jugado un papel importante en la historia de los asesinos seriales mexicanos. En este caso, los medios reportaron el primer asesinato de Higinio en 1942 tras dispararle al chofer de la entonces Miss México, Ana Bertha Lepe. Tras cometer el crimen, este pidió ayuda a su madre quien lo sobreprotegía siendo de familia acaudalada y lo hospedó en un hotel de pasó. Higinio salió de ahí a buscar una trabajadora sexual, pero al invitar a una mujer desconocida a beber un café, está lo rechazó.

Este hecho levantó la furia de Higinio quien secuestró a la desconocida, la llevó a un hotel de paso y la mató. Aunque se sospecha que era responsable de más asesinatos, la policía de investigación solo pudo comprobarle esos dos homicidios. Fue encarcelado en Lecumberri, donde se le diagnosticó esquizofrenia paranoica. Hecho por el cual fue trasladado al nosocomio de salud mental «La Castañeda» donde recibió el apodo de «psicótico muralista» ya que «pintaba» con su propio excremento sobre las paredes. Fue puesto en libertad sin mayor revuelo y corría la leyenda de que deambulaba por el bosque de Chapultepec.

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Macario Alcalá Canchola «El Jack mexicano»

Macario, el autoproclamado «Jack mexicano«, emergió de la marginación de los años 60 para convertirse en uno de los más populares asesinos seriales mexicanos. Con un historial de fracasos laborales y una personalidad marcada por la arrogancia, este hombre, cuyo paso por la Guardia Presidencial y la policía preventiva terminó en despido por indisciplina e incompetencia, dejó un saldo de al menos dos mujeres asesinadas, aunque se sospecha de muchas más.

Su detención, tras el crimen de Julia en 1962, reveló a un individuo complejo, cuya violencia pudo haber sido alimentada por la frustración y el resentimiento. La nota dejada en el lugar del crimen, un desafío a la policía, evidencia una mente perturbada que buscaba reconocimiento a través del horror. En el espejo del hotel donde asesinó a su víctima, Macario dejó un recado escrito con lápiz labial que decía: «Jack mexicano, reto a Cueto», el entonces jefe de la policía. Condenado a 60 años, Macario se convirtió en un sombrío recordatorio de los peligros que acechan en los márgenes de la sociedad.

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Raúl Osiel Marroquín «El Sádico»

El «Monstruo de Chabacano«, como fue apodado por la prensa, aterrorizó a la Ciudad de México con su modus operandi macabro: secuestraba a hombres homosexuales, los estrangulaba, descuartizaba y abandonaba sus restos en maletas en las inmediaciones del Metro Chabacano y la colonia Asturias. La frialdad de sus actos contrastaba con la crudeza de sus declaraciones tras su captura en enero de 2006: «No me arrepiento… lo volvería a hacer, solo que sería más cuidadoso«.

Las investigaciones forenses revelaron un patrón meticuloso en sus crímenes, con evidencias que apuntaban a una mente perturbada y obsesionada con el control. La saña con la que desmembraba a sus víctimas y la frialdad con la que abandonaba los restos en lugares públicos, dejaron una marca imborrable en la memoria colectiva de la ciudad. Condenado a 288 años de prisión, el «Monstruo de Chabacano o el Sádico» se convirtió en un símbolo de la crueldad humana y un recordatorio de los peligros que acechan en las sombras de la sociedad con los asesinos seriales mexicanos.

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Andrés Filomeno Mendoza Celis

Un nombre que ahora resuena con horror en la historia criminal de México, conmocionó al país con la confesión de más de 30 asesinatos a lo largo de dos décadas. Este caso no solo reveló la brutalidad de un individuo, sino que también expuso la alarmante realidad de la violencia de género en México, donde, según ONU Mujeres, más de 10 mujeres son asesinadas diariamente. Mendoza Celis, el «Monstruo de Atizapán«, se convirtió en un sombrío recordatorio de la vulnerabilidad que enfrentan las mujeres en un país marcado por la impunidad y un estado incapaz de tomar acciones en contra de los feminicidios.

Mendoza Celis atraía a sus víctimas, principalmente mujeres, a su domicilio en Atizapán de Zaragoza, donde las asesinaba y desmembraba. Los restos eran enterrados en el patio de su casa, un macabro cementerio personal que ocultó sus crímenes durante años. La frialdad y el sadismo de sus actos, así como la aparente normalidad con la que convivía con sus vecinos, generaron una profunda sensación de inseguridad y desconfianza en la comunidad. Su detención puso de manifiesto la necesidad urgente de fortalecer los mecanismos de protección para las mujeres y de combatir la violencia machista en todas sus formas.

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Stephanye Reyes

Periodista en deformación. Humana por imposición, bruja por elección. Ojos defectuosos pero talentosos. Hago fotografía de todo lo que mis miopes ojos ven: Ig:bruja_amapola