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Laberintos del placer: Radiografía de las cabinas sexuales

El cuarto es oscuro y pequeño: de largo no rebasa los tres metros y de ancho apenas roza el metro y medio. Pero la medida es suficiente para que dos personas, un par de pantallas fijas en las paredes y un sillón convivan dentro de las cabinas sexuales.

¿Convivir? Sí: ver, mirar, quitarse, ponerse, meter, sacar, sudar, cambiar. Acciones para las se entrelazan esas  pantallas que reproducen vídeos porno, ese asiento dónde se improvisa el kamasutra y la pareja que se lleva todo el mérito.

Afuera de este cuarto hay otros similares; a la izquierda, derecha y en frente también hay recovecos llenos de parejas o tríos o solitarios…. Solo las paredes saben cuántos.

Cuántas cabinas sexuales hay, cuántos cuerpos hay dentro, cuántos imitan lo que las pantallas muestran, cuántos fetiches tienen lugar, cuantos han cedido su claustrofobia ante el gozo.

Porque ese es el objetivo de estar aquí, en una cabina sexual: gozar sin pudor y por poco dinero.

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Cabinas #1

Están a lado de la Pulquería de los Insurgentes. Una ubicación bastante conveniente si, después de degustar el elixir blanco, el asunto se pone cariñoso.

El local que las resguarda es una sexshop que las anuncia con orgullo: CABINAS – TIEMPO LIBRE.

Solo hay que pasar a la caja a pagar la residencia: $60 pesos por persona.

Tras recibir y contar el dinero, la cajera invita a elegir una película “para ver” dentro del cuarto.  Un vistazo a los anaqueles donde lucen DVDs con portadas de culos voluptuosos y felaciones a lo Linda Lovelace, y la parodia xxx de Obama, Trump y Hilary es la seleccionada.

Entonces un tipo discreto guía al fondo del local. Tras una cortina deslucida aparecen las puertitas que dan a los cuartos. Hay dos tipos: amplios, dónde caben dos sillones y más de dos personas; y los pequeños, dónde apenas entra un par y un sillón.

Toca uno amplio. Luego el tipo se marcha a  poner la cinta y nadie revisa las mochilas.

La cabina tiene una pantalla elevada, su propio interruptor de luz, un espejo rectangular y sillones negros que resultan cómodos a pesar que de algunos asoman el relleno. De agregar un baño y una cama se vuelve cuarto de hotel de paso. Respecto a la limpieza, alguna que otra mancha en el piso de dudosa procedencia.

Pero bien, lugar aceptable, para lo que es.

Comienza la cinta. Poco después la faena.

Durante el par de horas de estancia: pocos ruidos y ningún toque de puerta. El único inconveniente fue que Trump, Hilary y compañía se trababan en repetidas ocasiones.

La salida es tan rápida que no apena; un “gracias” y de vuelta a Insurgentes. Entonces una conclusión: la parsimonia de aquí es ideal para primerizos y el espacio seguro deja fluir bien algún trio o intercambio.

Nos prometemos volver.

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Cabinas #2

Cien pasos separan el acceso al #52 de Avenida Juárez del Hemiciclo. Por eso, al paso cuarenta y tantos, es inevitable bromear con la máxima del Benemérito: el respeto al cuerpo ajeno es incapaz, el respeto al culo ajeno sí es la paz, el respeto a ver ajeno es falaz, y más variantes que remiten al destino.

Destino: las cabinas ubicadas en la sexshop que se mantiene en la planta baja y al fondo de esta plaza llena de bares, un Starbucks y un local de cambio de moneda, en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México. 

Un neón blanquecino señala que llegamos.

De la puerta del lugar al mostrador son 3 pasos. Para entonces el Benemérito está olvidado y lo que taladra es el nervio pre-ingreso. Pero quién administra la registradora habla primero y alivia: “Hoy (miércoles) tenemos promoción de dos por uno en parejas”.

Antes de cruzar por un rectángulo lúgubre con cortina en vez de puerta, un tipo que sale de la penumbra para revisar las bolsas de mano y pide dejar las mochilas en paquetería. Mientras sucede el cateo es inevitable mirar un reglamento a lado del acceso, una línea en partícular: PROHIBIDO TENER RELACIONES SEXUALES DENTRO DE LAS INSTALACIONES.

¿Ironía involuntaria?

Porque dentro hay un terremoto en tinieblas: tipos y tipas yendo y viniendo por el espacio que resulta laberintico y oscuro, música que bien podría ser un paylist de los 40 principales,  un par de chicas trans que incitan a cualquiera a pagar por disfrutar y  gemidos que salen de todos lados. Todo esto es perceptible durante el breve camino hasta la zona de cabinas privadas.

Privadas en apariencia porque en el cuarto ajunto – estas son las cabinas descritas al principio: pocos metros de espacio, dos pantallas y una tabla acolchonada que pretende ser sillón – otra pareja aplaude no precisamente con las manos.; el ruido corporal, de la música ambiental y de una charla que involucra a más de tres, se cuela por todos lados. Lo privado es solo una puerta que separa este espacio del resto.

Terminado nuestro asunto nos proponemos explorar un poco. Cuando ella sale del espacio privado muchas miradas las invaden pero nadie se sobrepasa; hay encargados de seguridad merodeando.

Sorprende que los sanitarios son unisex: hombres, mujeres, trans y cualquiera comparten inodoros de dudosa limpieza y un solo espejo.

Luego, el cuarto oscuro. Ahí solo parejas y uno que otro afortunado pueden ingresar. Dentro no resulta tan oscuro como lo pintan – todo es perceptible – pero sí se torna más liberal: cada par se reparte en varios sillones mientras se dedican a ver, ser vistos o intercambiar. El pudor es falaz.

El resto del lugar incluye de todo: cabinas con una circunferencia que permite el glory hole, cabinas con vidrios que permiten el voyeurismo, cabinas  con una chica dónde cada 15 o 20 minutos sale un tipo y entra otro, cabinas dónde dos desconocidos se conocen sin inmutarse, cabinas dónde una pareja revive la pasión invitando a cualquiera que les agrade.

Un laberinto de placer en el que el frenesí sexual se contagia muy fácil.

EL MEJOR ENTRETENIMIENTO PARA ADULTOS A UN CLICK

Laberintos del placer

Los anteriores son un par de ejemplos del panorama dentro de las cabinas sexuales de la Ciudad de México.  En otros recintos varían las dimensiones de los espacios pero en casi todos el precio promedio por ingresar es de $60 y se maneja tiempo ilimitado (que se limita hasta que la tienda cierra).

Estos espacios se resguardan dentro de sexshops que funcionan como preámbulo para incentivar el antojo. En toda cabina hay una pantalla reproduciendo una escena porno, un sillón para imitar lo que se ve, no se discrimina la preferencia sexual ni los fetiches que se quieran, y lo único que varía es el cateo de mochilas y las dinámicas. 

Ah, y en todas está prohibido introducir una cámara profesional y ser menor de edad.

Sitios de gozo que, por su naturaleza hedonista, mantienen un idilio con la ley (la Ley de Establecimientos Mercantiles reconoce a las sexshops como establecimientos de bajo impacto por lo que prohíbe los privados) al grado de ser tachados como espacios ilegales.

Pero para todo hay remedio: se enlazan con la comunidad principalmente por Twitter; en la red ‘del pajarito’ es dónde tienen sus perfiles y anuncia promociones, dinámicas, horarios y presencia de escorts.

– ¿Cuánto por el servicio en cabina?

– La media hora $500, oral con preservativo y vaginal. Trato de novios, besos, caricias cachondeo rico (no nalgadas). Las posiciones más ricas que quieras. Lunes a sábado de 11:30am a 7:00pm, depende el ambiente. No mando fotos, las ves en mis cuentas. Preservativos corren por tu cuenta. Llegando en la caja preguntas por mi corazón.

Responde por Twitter una chica que ha hecho de las cabinas su lugar de trabajo debido a que siente mayor seguridad laborando en un espacio fijo.

 Solo es cuestión de poner “@Cabinas…” y surge un resultado positivo.

Una opción económica y diversa para destapar fantasías: personales, profesionales, de pareja, de casualidades, de perrito, de manos atadas, de penes desconocidos, de servicio prepago, de primeras citas inverosímiles, del trio esperado, de tu-novia-conmigo-y-la-mía-contigo, de gangbang  y de semen a montones.

Por eso uno va a las cabinas sexuales, pero más vale llevar alguna manta para cubrir el sillón y condón.

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