El siguiente texto es parte del libro ‘Conversaciones pachecas (Voces por la despenalización cannábica en México)’, de Carlos Martínez Rentería, editado este año por la Universidad Autónoma de Nuevo León y las revistas ‘Generación’ y ‘Cáñamo’. El artículo fue publicado originalmente en la edición española de ‘Cáñamo’, en julio de 2012. Lo reproducimos con el permiso del autor.
Al llegar a la explanada del Palacio de Bellas Artes, en donde se rendía un homenaje de cuerpo presente al escritor Carlos Fuentes un día después de su muerte, la primer persona a la que me encontré fue al irreverente y pacheco fotógrafo Arturo (El Chato) Fuentes. Fue una sorpresa muy emocionante, pues precisamente él me acompañó a la entrevista que le hice al novelista más de veinte años atrás.
Aquella accidentada pero inolvidable conversación se publicó en la primera plana del periódico El Universal (más adelante contaré esta anécdota). Pero la coincidencia que más me estremeció al conocer la fatídica noticia de la muerte de mi “tocayo” (así me llamaba de manera por demás cariñosa de su parte) fue que alrededor del mediodía de ese 15 de mayo de 2012 (justo en el momento en que estaba agonizando en un hospital capitalino), yo intentaba una vez más contactar con él telefónicamente en su casa de San Jerónimo para solicitarle una nueva entrevista para un libro que estoy por publicar sobre el tema de las drogas. Esa entrevista la fui postergando durante varios años y lamento que ya nunca ocurrirá…
Fue el 18 de febrero de 1989, ante la efervescencia del fraude electoral que llevó a Carlos Salinas de Gortari a la presidencia de México, cuando se publicó en primera plana la mencionada entrevista, durante la cual se forjó una amistad intermitente y distante, pero siempre cariñosa. Yo era un joven y regordete periodista que logró convencer al maestro para conversar en su casa sobre el tema de los intelectuales y el poder. Me advirtió que llegara muy puntual, pero era tanto mi entusiasmo que antes de la cita me fui a una cantina para celebrarlo con mis compañeros de trabajo, los escritores Eduardo Mendoza y Benito Taibo (hijo de Paco Ingacio Taibo I, quien fue mi editor). Se me fue el tiempo y llegué tarde y un poco borracho. Fuentes me dijo molesto que ya no tenía tiempo, pero intervino su esposa, Silvia Lemus, quien le pidió que me diera unos minutos.
La conversación se fue alargando y platicamos durante más de dos horas. Así se inició aquella charla: “El desarrollo con justicia en México terminó con la salida del presidente Lázaro Cárdenas en 1940 (…) El Partido Revolucionario Institucional tiene pocas posibilidades de democratizarse y esto sólo ocurriría a patadas y desde fuera (…) Si el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes intenta mediatizar a los intelectuales, se va a llevar un chasco (…) En Centroamérica, la guerra se está acabando, todos los cálculos de Reagan fallaron (…) Las relaciones de México con Estados Unidos sufren un serio descalabro con la llegada de Negroponte, si el nuevo embajador hace ‘cua, cua’, sabremos que es pato (…) México es como los muñequitos chinos de plomo: les pegan y rebota el golpe, pero nunca se caen, aguantan todo.”
Esta entrevista formó parte de un ciclo de conversaciones con intelectuales mexicanos y su relación con el poder, en los inicios del espurio gobierno del polémico Salinas de Gortari. El tema de las drogas aún no cobraba la importancia que tiene ahora y de ahí se entiende que ese tema no se tocara en aquella ocasión. Sin embargo, en México se vive de nuevo un momento político intenso, por lo que las opiniones de Fuentes siguen vigentes; aquí reproduzco tres párrafos más de la entrevista en cuestión:
«–Se dice que la intelectualidad mexicana se ha derechizado.
Al contrario, hay una gran politización de los ciudadanos, se han tomado posiciones definidas de izquierda, de derecha, pero no se puede decir que se ha derechizado; eso no ha ocurrido para nada y así se ha demostrado en las manifestaciones de oposición y el interés por la formación del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Lo que pasa es que parte de la vida política y ciudadana manifiesta posiciones poco claras que tienen su origen en el monasterio tomista; tenemos una tradición tomista de tres siglos y nos cuesta trabajo ser modernos, respetar las diferentes posiciones ideológicas, no satanizar a nadie por sus posturas políticas. Hay que pensar que todos actúan de buena fe mientras no se demuestre lo contrario.
–En este sentido, ¿cuál es su posición personal?
Yo he buscado mi independencia material, con mis libros, mis clases en las universidades norteamericanas, impartiendo cursos; no necesito el apoyo de la iniciativa privada ni del gobierno. Sólo dos años aguanté como embajador de México en Francia. Hoy vivo bien y con libertad. A pesar de radicar fuera del país, no he dejado de observarlo y de estar presente como ciudadano.»
En aquella ocasión llevé un ejemplar del libro Cambio de piel para que me lo autografiara y, con sentido del humor, escribió: “Para Carlos Martínez, esperando que cambie de reloj”, en alusión a mi impuntualidad.
Lo volví a ver en varias ocasiones, tuvimos algunas otras conversaciones y conservo dos pruebas de su amistad. Una es la colaboración inédita que de manera desprendida hizo a la revista contracultural Generación en los tiempos en que aún se imprimía en papel periódico y tamaño oficio (1991); se trató de un ensayo al cumplirse los treinta años de la novela La muerte de Artemio Cruz, que en 2011 celebró medio siglo de haberse publicado. El segundo regalo es una dedicatoria irónica pero a la vez con gran amistad: “Para Carlos, mi álter ego”, en su libro de ensayos Geografía de la novela.
Volviendo al tema de la postura de Carlos Fuentes ante la despenalización, existen numerosas declaraciones realizadas en foros internacionales, en donde el escritor argumenta que las posturas gubernamentales han fracasado (particularmente en el caso de México, varias veces descalificó el fracaso de las políticas de seguridad del presidente Felipe Calderón) y que es necesario considerar la alternativa despenalizadora.
Hace dos años firmó, junto con una veintena de intelectuales y políticos como Mario Vargas Llosa y Kofi Annan, el documento intitulado “Comisión global sobre políticas de drogas”, en el que se argumentan de manera detallada los motivos por los cuales fracasó la Convención Única de Estupefacientes de Naciones Unidas. Esta perspectiva de Fuentes la hizo pública en varias entrevistas incluso dentro de Estados Unidos, país del que fue un crítico despiadado.
Pero la idea de entrevistar a Fuentes sobre su postura siempre firme a favor de la despenalización de las drogas cobró especial sentido hace siete años, cuando se conoció la fatídica noticia de la muerte de su hija Natasha a consecuencia de una sobredosis de crack a los veintinueve años.
La noticia oficial no entró en detalles, sólo se dijo que la hija del matrimonio Fuentes Lemus había sido encontrada sin vida en una calle del centro capitalino un 24 de agosto. Pero a través de testimonios de conocidos cercanos al mundo subterráneo del mercado ilegal (quizá si no fueran prohibidas las drogas otra historia contaríamos), especialmente del desaparecido pintor underground Jaime Magaña, quien fue testigo presencial del hecho, sabemos que la primogénita del escritor murió dentro de un picadero del barrio de Tepito (conocido como la Casa Azul) y que la arrastraron a la calle para no verse comprometidos.
Lo importante de esta dura experiencia no modificó la congruente postura de Carlos Fuentes, quien en diversas ocasiones siguió argumentando que la despenalización es la única estrategia para mermar la violenta, corrupta y cada día más inútil prohibición de las drogas. Debemos entender que la perspectiva de Fuentes a favor de desmantelar el mercado prohibido de toda sustancia no significa que él estuviera a favor del consumo y que despenalizar no tiene que ver con estimular a los consumidores, como nos lo quieren vender nuestras autoridades.
Como lo escribí en mi columna “Salón Palacio” el 22 de mayo de 2012 en La Jornada, los movimientos mundiales por la despenalización de las drogas han perdido a uno de sus aliados más valiosos y congruentes.