A través de los años se ratifica una tendencia tan inherente a lo argentino para deificar con feligresía desbordada a distintos personajes de la vida pública; una y otra vez se les otorga una heroicidad de alto nivel tanto a artistas como futbolistas. En distintos ámbitos, la Argentina se regodea levantando templos para religiones laicas en las que se rinda culto a gente que haya realizado verdaderas hazañas y se entreveré con el espíritu popular como el de Charly García.
No es tarea sencilla definir y delimitar la esencia de “lo argentino” —que aún levanta grandísimas polémicas—, pero ahí están figuras monumentales erigidas como mitos simbólicos.
Carlos Gardel, Ernesto “Che” Guevara, Diego Armando Maradona, Julio Cortázar y, por supuesto, Jorge Luis Borges, quien con su vasto conocimiento aporta ideas interesantes para desmenuzar el asunto. Ya en «El escritor argentino y la tradición«, una conferencia dictada en 1951, Borges apuntó:
“O ser argentino es una fatalidad, y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”.
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Pareciera que no solo Argentina sino Latinoamérica entera se coloca ese rostro sustituto —tan tallado por Octavio Paz— y ha conseguido sobrevivir tras una larga cadena de fatalidades. Las causas populares parecerían perdidas de antemano, pero de ahí es de donde surgen las figuras reivindicativas de todo aquello que se considera libertario.
Aparentemente estas líneas no tienen conexiones rockeras, pero no lo creo así: de entrada nos permiten reflexionar sobre la esencia de lo que representa ser un mito viviente, un semidiós cuya parte humana se extingue y pierde brillo poco a poco.
Carlos Alberto García Moreno es el hombre, pero Charly García es el ícono; un summum de lo mejor y lo peor de la cultura argentina, con todo su lustre y alto contraste. Charly García representa la gloria y el infierno; pero, como un músico virtuoso que conoce y domina varias tradiciones musicales, también le atañe otro de los conceptos borgeanos soltados en aquella añeja sesión citada antes y que Borges dictó el mismo año de su nacimiento:
“Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esa tradición”.
UN LUGAR EN EL OLIMPO
Charly García nació en 1951. «El hombre del bigote bicolor» creció teniendo un oído absoluto. Fue un talento precoz al que no se le complicó en lo más mínimo aprender música y transitar con fluidez entre los grandes clásicos y las expresiones folklóricas —en las que su madre, Carmen Moreno, era experta—.
Se cuenta la anécdota de que siendo un niño corrigió a Eduardo Falú, un maestro veterano, y le hizo ver que su guitarra estaba desafinada durante una tertulia casera. A los 12 años, Charly estaba graduado como profesor de teoría musical y solfeo. Y rechazó una beca para irse a estudiar a Italia.
Pasó la infancia como un poseso del piano, inmerso en Bach, Mozart y Chopin. Apenas si dormía; lo consideraba una pérdida de tiempo. Pero el estallido interior vino cuando accedió al universo inconmensurable de The Beatles;entonces dejó de ser el mismo. Y la transformación se completó tras escuchar “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan, en un sencillo que su madre trajo de la estación de radio en la que trabajaba produciendo el programa Folklorismo.
Al poco tiempo Charly García decidió que jamás sería concertista de repertorio clásico. Su madre lo corría del hogar familiar todas las mañanas, y él volvía después de ensayar con incipientes proyectos, siendo todavía un desconocido. Pero la fama estaba pronta a tocar su puerta. Sui Generis, su segunda banda, sería un parteaguas en la historia argentina —no solo musical.
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Tengámoslo claro: Charly García tiene un lugar garantizado en el Olimpo del rock and roll por las siguientes razones: en primera porque es un músico completísimo; poseedor de un instinto genial para melodías y armonías que le permite componer decenas de canciones memorables y mandarlas, sin problema, a instalarse en el inconsciente colectivo.
A continuación, por ser un espléndido letrista, capaz de plasmar el pulso de cada momento y capítulo social desde una perspectiva completamente individual e intimista —fundiendo lo privado con lo público—.
La triada se completa al encarnar como muy pocos aquella arenga del “sexo, drogas y rock and roll”. Charly García ha llegado al límite del delirio mental, pero siempre fungiendo como un cronista social muy comprometido con los asuntos sociopolíticos de cada periodo.
Se ha atrevido a cultivar el error como muy pocos y ello lo humaniza absolutamente. Con su arte alcanza el paroxismo para, a continuación, destruirse a sí mismo y regresar ardiendo de sus cenizas como una hermosa ave fénix. En pocas palabras: su legado musical posee una calidad superlativa más allá del personaje convulso que atraviesa la vida pública.
UN DIOS APARTE
Tras unos primeros escarceos musicales con To Walk Spanish —una banda que formó en el colegio—, Charly comenzó la aventura de Sui Generis y su relación con Nito Mestre. Un capítulo que el investigador y periodista Miguel Ángel Dente resume a la perfección en su libro Un Dios aparte (tras los pasos de Charly):
Había transcurrido más de un lustro desde la aparición en escena de Los Beatniks (Moris & compañía) y Los Gatos Salvajes (Nebbia & compañía) y ya estaban disueltos los tres conjuntos fundamentales de entonces: Los Gatos-Manal-Almendra. Tanguito, Miguel Abuelo, Pedro y Pablo… eran conocidos en el ambiente mientras que Pappo´s blues, Vox Dei, Ala y Vida, Arco Iris y León Gievo habían dado sus primeros pasos.
Comenzaba 1972 cuando la escena rockera local se veía sacudida por la irrupción de un dúo folk con perfil acústico, dispuesto a sintetizar a la perfección todos y cada uno de los deseos adolescentes. Sui Generis, tal era su nombre, empezó a ganar las calles, a dar Vida al rock argentino, liberándolo de su cascarón.
El movimiento sólo había gozado de algunos éxitos masivos esporádicos (“La balsa” y otros). Pero este creciente fenómeno de popularidad alcanzará su pico máximo de expresión recién en el año de 1975 cuando cerca de 30 mil personas se reúnan en el Luna Park para asistir a la emotiva despedida del grupo.
Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, el último de los álbumes grabados en estudio por Sui Generis, habría servido a García para traer agua a su molino: 1) con letras punzantes, redacta un verdadero “manifiesto comunista rockero” —como le gustaba llamarle— contra las pautas establecidas; 2) demuestra a base de talento e incorporación de nueva tecnología que era capaz de saltar el cerco impuesto, el absurdo duelo de acústicos vs. eléctricos —léase livianos vs pesados— y 3) reconoce la importancia de no perder nunca el control sobre el destino de su propia obra, asumiendo riesgos y despreciando la seguridad frente a lo desconocido”. “Canción para mi muerte” queda como un paradigma generacional.
Luego de Sui Generis, Charly otorgó una existencia breve a PorSuiGieco, dio un giro experimental con La máquina de hacer pájaros y mantuvo la primera etapa de Serú Girán (la más importante). Hasta la fecha, la alineación de esta última banda, completada por Pedro Aznar, David Lebón y Oscar Moro, es considerada de ensueño.
Esa vorágine fue de 1975 a 1982, cuando Charly arrancó en forma su carrera solista con Yendo de la cama al living. El disco salió tras de la Guerra de las Malvinas y con el país sumido en una gran agitación, adicional a la prohibición de tocar música en inglés en los medios.
El álbum llamó la atención. Charly no se tornaba comodino, confrontaba la situación a través de “No bombardeen Buenos Aires” e “Inconsciente colectivo”; y lanzó además el tema epónimo “Yo no quiero volverme tan loco” —que se convirtió en un himno biográfico a la postre.
Sin duda que la parte medular y virtuosa de su obra se completa con los trabajos que siguieron. Clics Modernos (1983) fue más allá con la crítica al gobierno y los militares a través de otro clásico inmediato: “Los dinosaurios”. El atrevimiento se completó con “Nos siguen pegando abajo (pecado mortal)”.
Luego vendría Piano Bar (1984) y otra pareja incontestable: “Demoliendo hoteles” y “Cerca de la revolución”. Aquel estado de gracia se prolongó hasta Parte de la religión (1987), que aunque tuvo en “No voy en tren” y “Buscando un símbolo de paz” sonados éxitos, representó la concreción de “Rezo por vos”, compuesta junto a Luis Alberto Spinetta, a quien Charly admira profundamente.
Para ese entonces ya había incluido a ilustres músicos en su banda, como Fernando Samalea y Willy Iturri, e impulsado la carrera de talento emergente como Andrés Calamaro, Fito Páez y Fabiana Cantilo, entre otros. Solo gente ilustre tocaba con ese monstruo escénico y un formador y productor muy exigente. El país se abría hacía la democracia, los grandes festivales regresaban y Charly García gozaba de una fama internacional.
VICIO INGOBERNABLE
¿Qué más había aportado Charly entonces? Se dejó empapar de la música negra que absorbía en Nueva York —a donde se iba a grabar—, reivindicó los ritmos brasileños tras residir por temporadas en la nación vecina, formó a toda una generación de alternantes y mantuvo los niveles de calidad en lo más alto. Pese a todo, sus desplantes de locura estaban en un relativo control.
A principios de 1989 editó Cómo conseguir chicas, que no fue concebido como un álbum integral sino una especie de sumatoria de piezas sueltas que no habían entrado en otras producciones. “Shisyastawuman”, cantada en inglés, le trajo críticas y “Zocacola” terminó de separarlo de su novia brasileña. Aun así “Fanky”, “Anhedonia” y “Fantasy” (que marcaría otra ruta posterior) guardaron la talla, pero las cosas se comenzaban a descontrolar.
Demasiada cocaína, conciertos impredecibles, entrada y salida de músicos y, pese a todo, Filosofía barata y zapatos de goma (1990) se defiende. Charly se rodeó de viejos amigos —todavía resistía su amistad con Calamaro— y sorteó un juicio por ofensa a los símbolos patrios al grabar el Himno Nacional Argentino, que al final fue aclamado masivamente. Su comportamiento estrambótico no hacía sino engrandecer el halo de malditud. Pero su carácter se fue haciendo más hosco y su semblante no era el mejor.
Comenzaba a cargar cierta energía negativa. En 1994, tras la presentación de la ópera-rock La hija de la lágrima y extenuantes conciertos, fue recluido a la fuerza en un hospital psiquiátrico. Al salir se fue otra temporada a Brasil y siguió con ese exagerado tren de vida; todo ello se sintetiza en el más áspero Say No More (1996), que contrasta con Alta fidelidad (1997), en el que Mercedes Sosa canta sus canciones (para García era como una madre putativa).
En El aguante (1998) registró covers de temas que le movían mucho (como “A whiter shade of pale” de Procol Harum) e hizo espacio para soltar “Kill my mother”, en la que explícita la tirante relación con su madre, que se iría torciendo más con los años (Charly repudia a su familia).
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Recibió el cambio de siglo y milenio reactivando Sui Generis; la renovada amistad con Nito Mestre dejó temas para Sinfonías para adolescentes (2000). Luego vendrían Influencia (2002) y Rock and Roll Yo (2003), dedicado a su amiga y colega María Gabriela Epumer, quien falleció inesperadamente en 2003.
Charly encontraba la manera de seguir produciendo pese a su modo de vida, pero hizo crisis en 2008 en Mendoza y tuvo que ser hospitalizado. Esta vez la recuperación fue más larga.
El impacto de una canción nueva, “Deberías saber por qué”, le puso de nuevo en marcha. Pero este nuevo vuelo no sería definitivo hasta 2010 cuando publicó Kill Gil, que se venía filtrando desde 2006 y trajo un tremendo pleito con su hijo Miguel —culpado del hecho—. Al final se agregó un DVD con animaciones de sus pinturas realizadas ex profeso para cada tema.
El proceso de rehabilitación había afectado su estado físico y su vida sentimental no ayudaba. Para colmo aceptó invitaciones de políticos como Menem y Kirchner para hacer presentaciones oficialistas. En el Festival Vive Latino 2001 se le pudo ver gordo y extraviado completamente en el escenario.
Por fortuna, ha ido mejorando y no cesan los proyectos; en 2012 editó el ambicioso directo 60 X 60 y el libro Líneas paralelas: artificio imposible (Planeta), en el que explica sus actuales presentaciones conducidas por las artes plásticas.
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DEIDAD INAPELABLE
Ya en 2002 su estatus de deidad rockera era inapelable; la revista argentina Rolling Stone (todavía en buen momento) le dedicó un número especial (en dos partes), en el que el editor musical, Fernando Sánchez, apunta:
Al igual que hace 25 años, asumió el lugar del artista que con su obra nos ayuda a sobrellevar los momentos más difíciles, iluminándonos… Se trata, otra vez, de un artista comprometido con su tiempo y con su entorno que, con el mismo barro en el cual todos nos hundimos, construye su belleza.
Charly García está convencido de que su música, su personaje, sus ideas, influyen en nosotros. Desde que éramos chiquitos hasta cuando seamos abuelos. Está convencido, incluso, de que para muchos su influjo es un vicio y, como tal, ingobernable.
Charly García ha producido una cantidad exorbitante de música y ha estado involucrado directamente en más de 50 álbumes. En el ya citado Un dios aparte, Dente consigna alrededor de 200 discos más en los que aparece una canción o una intervención del músico, mientras que identifica 48 compilaciones de su obra.
A ello sumemos sus intervenciones en cine, bibliografía que lo estudia (entre la que destaca el libro homónimo de Daniel Chirom de 1983 y la imprescindible Antología del rock argentino (Ediciones B, 2007). Todo en torno a El hombre del bigote bicolor es excesivo, hiperabundante.
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Por si fuera poco, falta la cadena de anécdotas que ensancha la leyenda. Entre ellas, un superpoder para consumir estupefacientes y alcohol, su irascible carácter que lo lleva a suspender conciertos a minutos de iniciar o, lo contrario, tocar durante horas y horas.
La mitología alcanzó una cota altísima cuando en 2000 se arrojó desde el balcón de su habitación (en un noveno piso y a 20 metros de altura) para caer apenas a centímetros de la orilla de una alberca.
Este recuento casi podría convertirse en un laberinto borgeano y extenderse ad infinitum; pero hay que tener en cuenta que se trata de un esbozo para recordar y apreciar a un inmenso talento universal y uno de los grandes héroes de la Argentina —sus gestas son como las del gaucho Martín Fierro en versión rockera—.
¿Quién más se atreve a registrar un concierto bajo una intensa tormenta? Los 40 mil asistentes al estadio de Velez en 2009 ni se movieron ante el desfile de tanto talento musical (Spinetta presente) y la celebración del cumpleaños 58 de un ídolo que regresaba de las drogas una vez más; ahí queda el Concierto Subacuático como una maravilla.
¿Quién más dejaría sus equivocaciones durante la grabación de algo tan importante como un MTV Unplugged? En aquel evento de 1995 simplemente acotó: “Me olvidé la letra”.
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El acontecimiento charlygarceano más reciente es la aparición de 100 veces Charly. Editado por Ediciones B, es un proyecto de José Bellas y Fernando García, que suma apuntes de músicos que han tocado con él, productores, amigos, agentes de prensa y especialistas.
Un vasto recuento en el que participan Nito Mestre, Hilda Lizarazu, Fabián Von Quintiero, Daniel Melingo, Raúl Porchetto, Fernando Samalea, Fabiana Cantilo, Palito Ortega, Willy Crook, la fotógrafa Nora Lezano, el agente de prensa Francisco Cerdán y el periodista Marcelo Fernández Bitar, entre tantos otros. Una opinión de los autores ante la prensa local ayuda muy bien a perfilar un cierre:
Charly es un catalizador del estado de ánimo de los argentinos. Un termómetro sensibilizante. Un genio demasiado permeable. Es un genio obsesivo. Es sensibilidad a flor de piel, seguida de desmesura, con malos resultados para su salud. En todo caso, nadie del público saldrá lastimado.
Charly García es el volcán en erupción que no existe en Argentina… un culmen del arte hispanoamericano… un Dios para sí mismo… el tango más salvaje que cantara Gardel, el gol más prodigioso de Maradona. Conviene no olvidar lo que apuntara Fernando Sánchez:
“A veces más, a veces menos, su obra atraviesa nuestras vidas; como nadie, nos suma confusión cuando todo simula estar en orden, y claridad cuando todo vuelve a estar mal”.
A través de una luz indómita que se escucha, El hombre del bigote bicolor logra que el rock and roll transpire vida y mantenga su filo cortante y sus tajos eléctricos impredecibles.