¿De qué nos sirve el fotoperiodismo en una época en la que las imágenes sobrepasan, incluso, nuestros límites para entenderlas? Lejos de lo terrible que resulta la normalización de la violencia en nuestro tiempo, pues en su mayoría estas imágenes la contienen.
¿El periodismo le da la cobertura necesaria a los problemas que ocurren en el mundo? Tal vez la respuesta se encuentre en el trabajo de James Nachtwey; pero no se engañe, este fotógrafo estadounidense no dirá más que lo ya capturado por su lente; lo cual es mucho decir.
Ganador en dos ocasiones del primer lugar en el prestigioso concurso World Press Photo ―la primera, en 1993 como Foto del Año y en 2005 por la categoría Temas Contemporáneos―, Nachtwey supo desde sus días de estudiante en el Dartmouth College, e influenciado por las fotografías producidas durante la Guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles de afrodescendientes en su propio país que sería fotógrafo.
Esto le ha llevado a tener una trayectoria bien formada: es corresponsal de TIME desde 1989, formó parte de las agencias Black Star (1980-1985), Magnum Photos (1986-2001) y VII (2001-2011), de la que es miembro fundador.
Pese a todo, no persigue la fama, aunque podemos decir que ha sido en sentido contrario; él está convencido de su labor: “el día en que me preocupe más el trabajo que las problemáticas a atender, habré vendido mi alma”. Recuerda que una vez salvó a un hombre de morir linchado en Indonesia.
Creyentes de una mezquita se ofendieron con una congregación cristiana cuya iglesia tenía una sala de un bingo que se encontraba al lado de la mezquita. Los musulmanes empezaron a matar a los guardias de dicha sala y James se apresuró al lugar para calmar los ánimos.
Entonces un guardia llegó a su encuentro mientras escapaba de una multitud; a punto estaban de degollar al guardia cuando Nachtwey se puso de rodillas y le suplicó al sujeto armado que no lo hiciera. Este no lo hizo, de hecho, aventó el cuchillo lejos de sí y levantó al cristiano sometido. Las cosas se pusieron más tensas cuando la multitud se fue en su contra pero al empezar a tomar fotografías la gente pareció calmarse.
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La determinación es un arma que no ha dejado de emplear, luego de ver el lado más horrible del ser humano en las últimas décadas desde el siglo pasado.
Basta con ver al hombre con múltiples cicatrices en el rostro, víctima del Genocidio de Ruanda en 1994, durante una entrevista James confesó que si bien todos los conflictos armados donde tomó fotografías lo han marcado, le impresionó sobremanera el uso de herramientas de campo como artefacto mortal para que hutus extremistas eliminaran a los tutsis.
“Era ver a vecinos matándose entre sí. No lo entiendo aunque sé qué paso. Fui testigo de las consecuencias y me di cuenta de que se basaba en el miedo y el odio, pero no entiendo cómo lograron que tanta gente cometiera ese tipo de atrocidades a tan corta distancia. Dejar caer una bomba mata a muchas personas pero es algo impersonal.
En los tiempos del emperador Alejandro Magno al menos había cierta paridad, pues luchaban personas armadas entre sí, pero usar armas en contra de personas indefensas es algo que está más allá de mi entendimiento”, recordó Nachtwey.
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O a la mujer de velo blanco que recorre las ruinas de lo que alguna vez fue Kabul, Afganistán, luego de un bombardeo en 1996. Cuanta soledad y tristeza, cuánta esperanza hecha trizas. La vestimenta de la mujer, aunque gastada por las inclemencias del tiempo, se muestra límpido ante aquel castillo gris de ruinas, homenaje certero al odio del humano contra su peor enemigo: él mismo.
Algo que salta a la curiosidad es el uso del color, o mejor dicho, la preferencia de James por el monocromo. Si bien en el fotoperiodismo parecería que parte importante de su voto con la verdad, es capturar los matices y densidades cromáticas; para Nachtwey esto representa un distractor.
El blanco, la escala de grises y el negro sirven para guiar al espectador en su lectura de la imagen: lo que importa es evidenciar las emociones (muchas veces dolor, tristeza o miedo) y a las personas. Porque él está consciente de que es a las personas a quienes hay que tomar en cuenta; hablar por ellas. Darles una voz a los que difícilmente podrían hablar en su entorno.
Sin importar de qué raza sean, de qué país vengan o cuáles sean sus creencias. Pero para eso es importante despojar al color de la escena. En una lectura más esperanzadora, pero ciertamente no menos creíble, podría decirse que en monocromo todos somos iguales. Al igual que en la desgracia.
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En alguna ocasión le tocó atestiguar cómo su propia casa se convirtió en campo de guerra. Luego de regresar de un viaje de Francia la noche del 10 de septiembre, James despertó el día siguiente dispuesto a hacer su rutina. Entonces escuchó una explosión. Vio la primera torre arder y pensó que se trataba de un accidente.
Mientras desempacaba su equipo fotográfico y decidido a ver qué ocurría, la segunda torre explotó. Supo casi de inmediato que se trataba de un atentado terrorista. Llegó a la zona cero cuando aún la confusión reinaba. Se refugió en un hotel cercano por una tormenta de polvo que vaticinó la caída de una estructura de cristal que cayó frente a él.
Entonces todo se volvió negro. A continuación dejo el relato en sus palabras: “La negrura era absoluta y completa, era como estar ciego en un armario cerrado por la noche. La única manera en que sabía seguía con vida era gracias a la sensación de asfixia. […]
Sólo hubo silencio. De pronto vi puntos luminosos intermitentes: eran las direccionales de los vehículos en la calle. Todavía no podía ver nada pero comencé a moverme hacia la luz que se iba filtrando […] La policía estaba tratando de evitar a la gente en la zona pero yo estuve todo el tiempo dando tiros. Lo que había sido el World Trade Center era ahora un revoltijo de acero retorcido.
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No había cielo arriba, sólo humo y polvo […] Seguí disparando hasta que me quedé sin luz de día y sin película, eran alrededor de las 21:30. Llevé los rollos a TIME. Sin duda fue uno de los días más difíciles en mi vida. Tuve que caminar varias calles para volver a casa. […] No hubo luz. Jets estaban volando por encima.
Guardias nacionales estaban en las calles. Había barricadas cada manzana más o menos y tuve que mostrar una identificación para dejarme pasar. […] Cuando finalmente llegué a casa, no había electricidad, ni agua caliente. Tuve que usar velas para la luz: esto resultó familiar para mí. Estaba en una zona de guerra.
Estuve exactamente en la misma situación en la que he estado muchas veces y en muchos lugares. Era una zona de guerra, solo que ahora era mi hogar”.
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Si ubicamos en un mapamundi cada uno de los lugares donde Nachtwey ha trabajado, nos daríamos cuenta de que ningún país, por más desarrollado que esté, es libre de no observar lo peor de nuestra especie. Porque todos somos Rumania, Somalia, India, El Salvador, Sudán, Bosnia, Ruanda, Zaire, Chechenia, Nicaragua, Estados Unidos o Kosovo.
“Me he tenido que tragar mi ira, decidí canalizarla a capturar bien aquello que quería mostrar”, apunta durante una entrevista. Previamente miró al entrevistador con atención, como si no quisiera perder ningún detalle de este; escucha como si quisiera grabar la tesitura y pronunciación de cada una de las palabras.
Es evidente que James está dispuesto a escuchar todo y a todos. Sobre sus hombros lleva una responsabilidad que nadie le confirió y aún así, la realiza con maestría, compasión y humildad.
La labor de James va más a allá de la fotoperiodística; más allá de contar historias y darle voz a los que no la tienen. Él cree que el periodismo, pese a ser un negocio, también puede ocasionalmente dar algo que escape del valor monetario. “El periodismo vende también conciencia, pues los problemas de la sociedad no se pueden resolver hasta que sean identificados”, declara durante el discurso de aceptación de una distinción.
Esta premiación es la que otorga la organización sin fines de lucro TED (Tecnología, Entretenimiento, Diseño, por sus siglas en inglés, conocida por sus ciclos de conferencias y charlas donde diversas personalidades, en diversos ámbitos, exponen sus ideas y labor) en su división TED wish, donde se apoya a los ganadores a realizar un deseo para el mejoramiento.
Para nuestro fotógrafo, la petición consistió en realizar una campaña de concientización en contra de la tuberculosis XDR-TB (Tuberculosis con Resistencia Extrema a los Fármacos, por sus siglas en inglés); nombre de una mutación de dicha enfermedad que es inmune a los medicamentos conocidos para tratarla en su faceta normal. Por lo general esta evolución epidemiológica es producto de un mal tratamiento.
En su discurso, Nachtwey enfatizó el deseo de poder utilizar la fotografía de manera innovadora e interesantes en la era digital. Para esto, preparó una muestra fotográfica de 69 piezas. El tema: las vicisitudes dentro de los centros hospitalarios de los países que afrontan esta, casi, pandemia. Camboya, India, Lesoto, Siberia, Somalia, Sudáfrica, Suazilandia, Tailandia y otras naciones que suman 49 en total, donde se reportó la presencia de la XDR-TB. En 2008 la patología cobró una vida cada 20 segundos dentro de los pacientes diagnosticados.
Correspondiente con la información proporcionada por el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades —los síntomas de esta enfermedad son: debilidad, pérdida de peso, fiebre y varía dependiendo de los órganos donde se concentre el padecimiento; por ejemplo si es en los pulmones, esta trae consigo tos con sangre— sus fotografías muestran las afectaciones que no hacen sino agravarse debido a las precarias condiciones de los hospitales o los antecedentes clínicos (por ejemplo, el SIDA). Sin embargo, a diferencia de su demás trabajo, en estas imágenes se encuentra un rayo de esperanza.
La lucha por la vida y la labor del cuerpo médico por hacerlo posible. Nachtwey también tiene altas expectativas al respecto. Aunque no hay tratamiento viable, aún hoy día, para la XDB-TB, esta no existiría si en un principio se tratase bien a la tuberculosis en sus primeras etapas.
Él cree que hay una gran proliferación de este mal por un desinterés mundial: la mayoría de las naciones afectadas tienen un raquítico desarrollo económico y social.
Quizá fue por ello que esta muestra se proyectó en diversos edificios alrededor del mundo: Nueva York, Hong Kong, Bangkok, París y Londres; así como una ardua campaña de concientización a través de plataformas en Internet.
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No obstante, consciente de los riesgos de su profesión, en 2003 tuvo un percance mientras viajaba por ambulancia en Bagdad. Una granada explotó cerca del convoy y logró herirle una pierna. Él comentó con humor tiempo después: “Definitivamente nunca he sentido que estoy hecho a prueba de balas. Tengo muchos fragmentos de granada en mis piernas”.
Estas palabras cobraron más sentido en 2014 cuando una bala lo alcanzó, de nuevo en esa extremidad, mientras fotografiaba una protesta en Tailandia.
¿Cómo es que después de haber sido testigo de tantas atrocidades, James pueda estar bien? O por lo menos así lo parece. Como lo ha confirmado en su obra ―en 2001 publicó un libro titulado Inferno, dos años antes, Deeds of War― él se adentró en las puertas del infierno, que no es sino este mismo mundo, todo para “declararle la guerra a la guerra”.
Él explica: “es muy simple como mantengo mi optimismo. Las personas que viven en esas situaciones todavía tienen esperanza. Si ellos todavía tienen esperanza, ¿por qué yo no?