Veinte años atrás, la vida solía ser distinta; la vida, la ciudad, la sociedad, los sentimientos de comunidad y/o hermandad/amistad tenían, según recuerdo y me cuentan, un valor más importante, en comparación con lo que vivimos hoy en día en las calles, en la casa, en el trabajo, etcétera.
En 1999, yo tenía unos 13 años y mi gusto por el rock, al que le había entrado desde antes, comenzaba a formar en mí una personalidad distinta a la que, incluso, me pude haber imaginado cuando gozaba de los seis o siete años, cuando la vida era más sencilla y el dolor -en sus múltiples formas- todavía no nos alcanzaba.
Hay quienes dicen –psicólogos o gurús- que a esa edad (13 años), en plena pubertad/pre-adolescencia, es cuando uno necesita, por sobre todas las cosas, sentirse identificado con algo o alguien, y la música suele ser eso que nos hace más llevadera esa etapa de muchos vaivenes.
En mi caso, siempre encontré un muy buen refugio en el rock, en bandas anglosajonas que escuchaba desde muy niño. Pero todo cambió cuando, por iniciativa del padre de uno de mis mejores amigos de la infancia, me presentó a tres bandas de habla hispana: Soda Stereo, Héroes del Silencio y Caifanes. “Esto es rock”, nos decía con cada canción que ponía en su estéreo que tenía lugar hasta para cinco discos. Aquel combo hizo que mi experiencia en los años de secundaria fuera mucho más liviana.
Toda esta pequeña introducción, por llamarlo de alguna forma, resulta idónea en un año que celebra el 20 aniversario de uno de los discos más importantes del rock nacional, un imprescindible y que, sin ninguna duda, quedó grabado en la memoria de quienes lo escuchamos desde su lanzamiento.
RESTAURANT Y EL SENTIMIENTO DE CONTINUAR HACIA ADELANTE
Hacia finales de la década de los 80’s y los primeros años de los 90’s, el rock nacional -el rock hecho en México- todavía era visto como algo nuevo. Sí, había ya una industria establecida que generaba grandes ganancias y fue también un período importante de gestación de bandas, muchas de ellas que hoy en día gozan de éxito y, sobre todo, reputación.
Sin embargo, el rock y la música en general estaban cambiando. Varios músicos de aquellos años lo vieron así y fue entonces cuando, en medio de una camada que se conocería como “La Movida Regia”, surgen proyectos muy dispares entre sí, como Control Machete, El Gran Silencio, Inspector, Plastilina Mosh, Zurdok y Jumbo, dando paso a una nueva generación que no temía a la experimentación, producto, quizá, de su cercanía con la cultura estadounidense y, por consecuencia, con las bandas del país norteamericano. Se decía que era el inicio de la apertura musical. Y así fue.
Directamente de Monterrey, Nuevo León, apareció un quinteto (en ese entonces eran cinco sus integrantes) que hizo de la nostalgia y la melancolía su marca registrada. Su nombre: Jumbo.
Oficialmente, se formaron en 1997 pero su debut llegó dos años después con el lanzamiento de Restaurant y una colección de canciones que cuajaron perfectamente y el público -su público- las arropó de tal forma que hoy, a dos décadas de distancia, siguen siendo parte fundamental para entender la escena del rock mexicano.
El álbum arranca con “Monotransistor”, un inicio inmejorable, con mucho poder y que te adentra hacia el feeling del disco. “Siempre en Domingo” se encarga de darle cerrazón a un total de 14 canciones, muchas de ellas pilares de un sentimiento que ha perdurado con el paso del tiempo, que no claudica y que, además, nos mantiene con la misma euforia que la de hace 20 años. El sentimiento de la nostalgia, del sentirse alienado en una sociedad que nos prepara cada vez más para alejarnos unos de otros.
“Vienes a mi casa a oír mis discos viejos”, nada más vintage que el hecho de seguir consumiendo música como lo que es: una obra de arte en su máxima expresión. Y ese es, quizá, el legado que hoy recuperamos al rememorar la ópera prima de Jumbo, el mismo que nos dejó grandes canciones como “Aquí”, “Fotografía” y esa leyenda llamada “Siento que…”, un himno generacional de un disco que marcó -y lo sigue haciendo- a miles de jóvenes que encontraron refugio en aquellas letras.
Alguna vez platicando con el portavoz de Jumbo, Clemente Castillo, hablábamos de cómo pasan los años en una banda de rock como Jumbo, un grupo que, a pesar de los altibajos (musicales, emocionales, etcétera) continúa consolidándose a cada paso. “Lo difícil es seguir”, me contestó.
Es decir, más que llegar, el verdadero reto es continuar en el camino con todo y sus implicaciones, como la salida de algún elemento, los baches creativos, el cansancio físico y emocional, y el cambio natural de las personas, el cual genera nuevas metas, nuevos intereses, nuevos sueños. “Eso es lo complicado”. Como ellos mismos lo dirían:
“Y cuando somos fuertes nos devora el temor de seguir…”
Muchas bandas de los 80’s lo entendieron así; muchas otras de los 90’s también, y ahí están tocando, sacando discos, llenando foros, ganando más y más fans, traspasando la barrera generacional. La escena actual parece haber perdido esa pasión, conformándose con tener millones de views y, más importante aún, sin un compromiso real, tanto con la música como con su propio contexto, con su entorno.
Por eso los festivales siguen siendo liderados por bandas del calibre de Café Tacvba, Caifanes, Maldita Vecindad, La Gusana Ciega, Jumbo, agrupaciones que, ante todo, apelaron por una música concisa, cruda, sin tanta parafernalia lírica.