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A 27 años de Kids la realidad sigue siendo desoladora

«Dance and drink and screw because there’s nothing else to do«, Jarvis Cocker.

Los noventas son descritos como una época de desilusión. A pesar de que la tecnología avanzó notablemente y se dieron muchos cambios, el zeitgeist de la década era desolador: El futuro llegó y nada pasó.

Este desencanto queda de manifiesto en el grunge y en prácticamente toda la música de la época, pero también en el cine, y en específico, en la última escena de Kids (1995), el debut fílmico de Larry Clark, fotógrafo veterano de guerra convertido en cineasta:

Cuando eres joven pocas cosas importan, cuando encuentras algo que te importa, es lo único que tienes… Algunas veces cuando eres joven el único lugar donde puedes ir es dentro. Así es. Coger es lo que me gusta. Me lo quitas, y no queda nada”, sentenció el nihilista Telly (Leo Fitzpatrick), un joven de 16 años, astuto, descarado, obsesionado con las vírgenes y que, sin saberlo, está infectado del virus del VIH.

Cuando comenzó el rodaje de Kids Larry ya tenía 52 años, sin embargo, tenía experiencia de primera mano con las drogas, la juventud, los medios y todo lo que engloba la teenage lust; no por nada ése fue el título de uno de sus libros de fotos. Tras dirigir un video musical para Chris Isaak, enrollarse con los skates y conocer a su guionista Harmony Korine en Nueva York, se decidió a hacer  la película Americana Adolescente “más grande” ¿Lo logró? No estamos seguros, pero sin duda hizo una obra única que definió la década.

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En su momento escandalizó a muchos. Su forma casi documental provocó que los conservadores levantaran las cejas. En Kids no solo hay drogas, robos, madrizas callejeras, alcohol, sexo puberto y hasta una violación intoxicada, sino que vemos cierto regodeo. Nada estaba pulido, todos los personajes eran naturales, directos. Hacían las cosas, y también hablaban de ellas, las presumían. No había ninguna pose, de hecho los cuatro protagonistas (Leo, Justin Pierce, Chloë Sevigny y Rosario Dawson) eran desconocidos recién reclutados en las calles.

Uno de los argumentos con los que se descalificó a la película —y que todavía la persiguen— es el hecho de que explota la sexualidad y todo el desenfreno teen, es decir, no hace visualmente bonitos a los adolescentes, tampoco los sataniza ni los critica. No hay redención y de hecho la historia es mínima, prefiere reflejar el espíritu, capturar cómo eran (¿son?) los personajes. No por nada los skates que la veían se sentían tan identificados, tan retratados. “No es una película, es como la vida real”, decían.

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A Korine le costó mucho trabajo superar este estilo de sexplotation, Larry tampoco pudo replicar el éxito; pero juntos hicieron un poderoso testamento de su época. Pensemos en el momento en que salió: era 1995, las handycams hacían que cualquiera pudiera filmar; por el otro lado, los medios mostraban una imagen muy cuidada de los adolescentes, MTV veía a la juventud a través de filtros coloridos, John Hudges los idealizaba en su cine rosa… En Kids nada era así, el guionista y todos los involucrados —excepto Larry— tenían 18 años, o menos. Eran amateurs con ímpetu, provocadores, descarados, y sin duda sabían de lo que hablaban.

A mediados de los noventas ya se hablaba abiertamente del Sida, no obstante, la gran mayoría se negaba a aceptar que existía el sexo adolescente y que éste era un tema que había que tratar. Y si a eso le añadimos la hormonal e instintiva actitud de Telly, el protagonista del film, quien utiliza al sexo como escape, como reafirmación personal, como una forma de conocer y dominar al mundo, su indiferencia ante estas enfermedades de transmisión sexual se convierte en un peligroso reflejo de la decepción de fin de milenio.

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