Con frecuencia, la historia del arte ha concebido parejas que, además de coincidir en lo artístico, también lo hacen en el plano sentimental. ¿Ejemplos? muchos y de muy variadas disciplinas: Diego Rivera y Frida Khalo; Rufino Tamayo y María Izquierdo; Nahui Olin y Dr. Atl; Salvador y Gala Dalí. Así pues, el día de hoy nos ocuparemos de revisar una relación que, a pesar de satisfacer -parcialmente- a sus involucrados, no cumplía las convenciones y tradiciones de la época: la de Leonora Carrington y Max Ernst.
«Estoy desesperada y locamente enamorada de Max.
Sigo pintando pero sólo para no volverme loca.
Quiero que únicamente viva para mí y conmigo.
Tenerlo siempre.
Estar en el mismo cuerpo que él…»
Leonora Carrington.
En 1936, Harold y Maurie Carrington ya tenían alguna advertencia de que su hija Leonora no iba a cumplir con sus expectativas cuando la presentaron en sociedad. Había enloquecido a tutores e institutrices, y la expulsaron de dos escuelas conventuales. A Leonora no le importaba que la presentaran en el Palacio de Buckingham. Las lecciones sobre cómo caminar le resultaban tediosas, y traía consigo un libro para leer cuando se aburría.
Lo que sí le interesaba a Leonora era el arte surrealista. Había visto las pinturas del exponente alemán Max Ernst en una exhibición en Londres y se sentía atraída por ellas. Ella también estudiaba pintura y el surrealismo se había convertido en la nueva obsesión de su joven corazón.
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En 1937, Leonora Carrington y Max Ernst se conocieron en una cena en Londres. La escena no es difícil de imaginar: un artista de 47 años se encuentra con una fanática encantadora de 19 que está ansiosa por rebelarse contra las convenciones. La atracción fue inmediata. Leonora desafió a sus padres y se escapó de su casa para viajar con Max de regreso a Francia; donde él rompió con su segunda esposa. Los dos se instalaron juntos rodeados de otros surrealistas; pasando sus días pintando lienzos el uno del otro y discutiendo de arte con gente como Picasso, Duchamp y Miró.
Las pinturas de Leonora de aquella época reflejan maduración y profundidad en los mitos y criaturas que describió como una niña que escuchaba los cuentos populares irlandeses de su madre. Su primera pintura verdaderamente surrealista; un autorretrato llamado The Inn of the Dawn Horse, fue pintada durante ese período.
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Las historias difieren sobre lo que pasó después. Algunas fuentes dicen que Ernst fue detenido por las autoridades francesas en 1940 porque era alemán y, por lo tanto, un «extranjero indeseable» en Francia. Otros dicen que fue detenido por la Gestapo después de que Alemania invadió Francia porque sentían que su arte era «degenerado». Algunos dicen que fue arrestado en ambas ocasiones.
Lo que sí sabemos es que escapó de la persecución con la ayuda de la mecenas de arte estadounidense Peggy Guggenheim. Llegaron juntos a Estados Unidos y se casaron en 1941, dejando a Leonora sola en Francia.
Ella estaba devastada. Sin saber qué hacer, vendió la casa por unos pocos francos, liberó a su águila mascota, y viajó en el carro de un amigo a España; donde la ansiedad, los delirios y un probable trastorno alimenticio culminaron en un colapso masivo en la embajada británica en Madrid.
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Luego del colapso mental, fue internada en un hospital psiquiátrico de Santander, España, en donde soportó terapia de electroshock y medicamentos experimentales. Este fue un momento oscuro para Leonora y las imágenes de este período se reflejan en el trabajo final de su vida. Así lo expresó la propia artista a través de su libro, Memorias de Abajo:
«No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible; creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión”.
Leonora Carrington, Memorias de Abajo, 1972.
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La historia habría terminado ahí si Leonora Carrington no hubiera tenido un espíritu tan inquebrantable. Su padre había hecho arreglos para que un colega de negocios la trasladara a otro sanatorio psiquiátrico, pero ahora en Sudáfrica. Leonora se escapó de sus cuidadores, paró un taxi y lo dirigió a la Embajada de México donde su amigo a través de Picasso, Renato LeDuc, trabajaba como embajador.
Renato se casó con Leonora para ampararla con inmunidad diplomática y juntos viajaron a México. Este fue el comienzo de la vida de Leonora como una figura importante en la historia como artista, escritora y fuerza fundadora del Movimiento de Liberación de la Mujer en México.
Aunque Leonora y Max se divorciaron de sus respectivos cónyuges poco después de llegar a América, nunca reanudaron su relación aunque, se dice; tuvieron un par de encuentros en Nueva York que nunca dieron los mismos frutos que en su época de gloria.