«Leda parió dos huevos, uno divino; y otro, mortal, ordinario. En el huevo divino estaban Pólux y Helena (de Troya). El doctor Rumaguere -el psiquiátra de Dalí– descubrió que Pólux y Helena eran Dalí y madame Dalí.
En el otro huevo, hay dos personas corrientes, mortales, Clitemnestra y Cástor. Cástor, el hermano mortal de Pólux, es la efigie mortal de Dalí, quien es en realidad mi hermano, quien murió de meningitis a sus siete años, tres años antes de que Dalí naciera.
Su nombre era Salvador, y a mí me pusieron, también, Salvador. Ese es mi gran trauma, la mayor tragedia de mi vida, pero también mi mayor virtud. Desde que nací, mi familia me habló toda mi vida, en todo momento, sobre el otro Salvador. Nunca me hablaron a mí, le hablaban a él.
Eso se convirtió en una gran obsesión. Creí que mi cuerpo y mi alma eran parte de mi hermano, el Salvador mortal. Y aquel fue el comienzo de mis excentricidades, la fuente de mi exhibicionismo.
Debo poner pan sobre mi cabeza, dejarme este bigote, hacer todo lo que hago, para que todos sepan que el Salvador verdadero soy yo, y que estoy vivo. A través de este exhibicionismo, como Pólux, me he vuelto inmortal, mientras que el otro Salvador ha muerto. Por eso, son tan importantes los huevos en mi vida”.