Por Aaron Soto / @aaronsotofilms
La mañana del jueves 21 de abril el mundo perdió al último gran genio de la era del rock. Se repite a menudo: no se le llama genio a quien sea. Ni a todas las leyendas consagradas sobrevivientes de la era dorada, ni a las recientes sensaciones indies. Sobre todo si entendemos que genio musical no es aquel que es muy bueno en algo; o que puede hacer bien muchas cosas mientras complace al público. El genio innova, ve al futuro y de forma extraña logra trasmitirlo, encajándolo en un momento en que quizá no debería ser comprendido. Así fue Prince. Un genio de la cultura pop.
Prince Rogers Nelson, afroamericano, nació el 7 de junio de 1957 en Minneapolis, la ciudad más blanca de Estados Unidos. Prince nació en una era en la que ser un artista de color significaba jugar bajo las reglas. Había que crearse un aura para mantener la imagen conservadora que la industria vendía de los afroamericanos. Solo bastaba ver las sonrisas Colgate de los artistas de la compañía Motown y la imagen sana que vendían artistas de color como Stevie Wonder y Michael Jackson. Pero Prince venía de un lugar distinto. Fue una contradicción desde el principio. Rompió los moldes, retó el gusto del público y nos dio la mejor música pop de la historia.
COMIENZOS, FIRST AVENUE & 7TH ST ENTRY
Castigado severamente por su padre, a los siete años Prince pasaba sus tardes bajo llave en el sótano de su casa. En la habitación solo había un piano y el niño se vio obligado a tocar. Al final del día salía al exterior con las canciones aprendidas de sus programas de Tv. favoritos, desde Batman hasta Man From Unkle. Era obvio que el niño tenía un talento nato y que llevaba en la sangre las influencias jazz de la banda fracasada de su padre, John L. Nelson.
Cuando llegó a la adolescencia, Prince ya había formado un par de bandas que definirían el famoso “Sonido de Minneapolis”, con integrantes que después serían leyendas en sus propios términos, desde Morris Day, Jimmy Jam y Terry Lewis, hasta integrantes claves de sus futuras bandas, como Lisa Coleman y Bobby Z. Prince fue líder automáticamente, pues era el único joven que podía tocar todos los instrumentos existentes y llevar la delantera creativa.
El First Avenue de Minneapolis era el club de rock para ser una estrella local; su foro alternativo, el 7th St Entry, era el lugar en el que las bandas underground ganaban su estatus de culto. El selector musical tenía un gusto muy diverso con una postura sumamente abierta para los tiempos. No importaba la raza, el sonido o el género, mientras fueran artistas con propuesta y algo fuera de lo ordinario. Si cumplían con estas características tenían la oportunidad de debutar en 7th St Entry y después graduarse en el escenario principal, el First Avenue.
En estos foros Prince acudía a ver en vivo a bandas punk del momento, como The Clash y Hüsker Dü, y a artistas de la escena no wave y new wave. Inevitablemente llevó esos sonidos a sus influencias funk (Parliament-Funkadelic), a las psicodélicas (Jimi Hendrix, Santana), a las glam (Bowie, Roxy Music) y soul (James Brown, Sly Stone), logrando un hibrido que fue descrito en su momento simplemente como parte del new wave.
DIOS DE CULTO
Prince llegó a los ochenta con un contrato con Warner Bros. que tenía una de las cláusulas más únicas de la industria: producirse, componer e interpretar todo el mismo, pero como artista de color. Prince fue encasillado a la par de Stevie Wonder, pero sus letras agresivas de sexo y su sonido anti pop lo mantenían lejos de la radio mainstream. Las estaciones comerciales blancas lo consideraban muy negro, mientras que las estaciones afroamericanas lo veían demasiado rock.
Pronto, Prince sólo encajaba en estaciones raras que se dedicaban a tocar punk y lo que después sería conocido como “alternativo”. Ciudades con escenas musicales vitales de vanguardia como Detroit y Nueva York lo adoptaron al instante. Aún sin éxito comercial logró un culto inmenso, con sus álbumes Dirty Mind (1980) y 1999 (1982). Ambos fueron promocionados en giras junto a otros músicos de color incomprendidos como Rick James, bajo la bandera funk/punk. Un término que Prince rechazó a pesar de la insistencia de James. Prince no quería ser encasillado.
TANGAS, BRAGAS Y SEXO
Los dos primeros discos de Prince fueron una carta de amor al corazón de la música soul: su debut For You (1977) y Prince (1978). Prince era otro afroamericano que podría competir contra Michael Jackson y otros sonidos y artistas que estaban de moda a finales de los setenta. Pero, a pesar de un par de hits, “I Wanna Be Your Lover” y “Soft And Wet”, el recibimiento fue decepcionante.
Entonces decidió tomar otro camino y salió del cascarón con Dirty Mind (1980), un álbum de funk puro y crudo, realizado con sintetizadores y guitarras acidas. No se había escuchado nada parecido. Letras sobre los tabús más arriesgados, como sexo oral e incesto y una imaginaria desbordantemente sexual: tangas, ligueros, tacones altos, entre andrógeno y sadomasoquista. Con ello Prince se convirtió en el enemigo número uno de la cultura pop en Estados Unidos, en el artista afroamericano más inusual de la historia. ¿Su público? Como predicaba en “Uptown” de Dirty Mind:
«White, Black, Puerto Rican, everybody just a freakin, good times were rolling».
Prince había creado su propio credo de renegados y rechazados sociales. Uno en el que sexualmente todo se valía, donde no existía el miedo a ser diferente. Prince era el primer artista afroamericano en mostrar una cara distinta a la que se esperaba de su cultura: ambiguamente sexual como Bowie, valemadrista como Johnny Rotten y salvaje como Iggy Pop. La suya no se trataba de una asociación de cultura, sino una integración.
EL ESTRELLATO, PURPLE RAIN
Su doble álbum 1999 (1982) lograría tres cosas distintas: ser su primer proyecto comercial con un recibimiento cálido en el radio (con hits como “Little Red Corvette”), rotar continuamente en MTV, e introducir a la que sería su banda por excelencia: The Revolution. Un reto ambicioso para el mundo comercial, 1999 logró mantener satisfechos a su fans de culto con un sonido inspirado por la película Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y por influencias europeas de artistas techno-electrónicos como Gary Numan. Prince demostró que podía hacer la mejor música pop de los ochenta, con himnos para bailar y sobre todo creando una gran expectativa para lo siguiente.
Inexplicablemente, en ese verano de 1982 Prince tuvo la idea de realizar una película. A pesar de que no había precedentes (las películas del mundo del rock eran reconocidos fracasos) el equipo de Prince tuvo la confianza de empezar el proyecto de manera independiente, con un director amateur y no actores, sus protegidos de Minneapolis (las bandas The Time, Vanity 6/Apollonia 6 y The Revolution). Prince se imaginó una especie de autobiografía en su camino al estrellato, llena de canciones de sus protegidos y de números musicales en concierto en el club First Avenue. Warner le entró con todo y para el verano de 1984 los test screenings indicaban que la película sería un éxito sorpresa. Un crossover.
Purple Rain debutó en el número uno de la taquilla, en el primer lugar de los álbumes más vendidos y en el primero de las canciones más vendidas. Prince había salido del culto y por fin era una superestrella. Su fusión de distintos sonidos se había convertido en el estilo más influyente de los ochenta. La premier de Purple Rain demostró esta unión de todas las escenas, desde Devo y Talking Heads, hasta Stevie Nicks y Kiss. Todos estaban ahí para celebrar al nuevo rey del pop.
El álbum estaba integrado por un extraño hit de seis minutos sin bajo (“When Doves Cry”), una épica de guitarra clásica (“Let´s Go Crazy”), una bizarresa de sexo y masturbación (“Darling Nikki”), un himno para bailar (“Baby I´m a Star”), una oda espiritual (“I Would Die 4 U”), una balada de amor (“The Beautiful Ones”), una melodía pegajosa pop (“Take Me With U”), un track experimental casi instrumental (“Computer Blue”) y el himno épico del tema principal (“Purple Rain”). El disco lo tenía todo. Al final del año también tendría un par de Grammys y hasta un Óscar.
EXTENSIÓN DE EL SONIDO DE MINNEAPOLIS
Después del fenómeno Purple Rain Prince se resistió bastante al éxito comercial. Sacó un par de discos que eran todo lo contrario a su ambicioso proyecto. En 1985 apareció Around the World in a Day, un disco psicodélico inspirado en bandas underground del sonido Paisley, como The Bangles, sin créditos o imágenes de la banda en la caratula. Prince se vio presionado por Warner para sacar un sencillo y un videoclip.
El resultado fue su hit “Raspberry Beret”. Un año después, en 1986, editó Parade, del que se desprendió el sencillo “Kiss”, uno de sus más grandes hits, que no reflejaba el sonido del álbum: áspero, experimental, un disco en el que cambiaba las guitarras y bajos funkies por trompetas y saxofones. Con ello Prince pasó a ser un caso raro en el circuito comercial. Por un lado retaba a su público pop, por otro descansaba de sus raíces oscuras, recibiendo críticas de los que querían algo como Dirty Mind y de los que querían Purple Rain 2.
Así nació Sign o’ the Times (1987), disco doble que mezclaría al músico maduro que iba en camino a convertirse en un artista fino de jazz, con ese artista de las calles que podía ser tan funky como para predecir el futuro del hip hop. Con Sign o’ the Times Prince creó la obra maestra que los ochenta estaban esperando: un inusual primer sencillo en el que Prince se compara con las mujeres (“If I Was Your Girlfriend”) y un segundo, de siete minutos (“Sign o’ the Times”), con un beat electrónico que se repite en un sintetizador continuamente y un drum beat de una banda de doce personas tocando en vivo.
Además, el disco contenía una serie de joyitas que quedarían grabadas como viles b sides, o que no serían sencillos nunca: “Starfish and Coffee”, “Ballad of Dorothy Parker” y “Housequake”. Para los críticos, músicos y expertos, Prince había creado el mejor álbum del año y uno de los mejores discos de la década. Pero a pesar de lo aclamado y tres hits (“U Got the Look”, “I Could Never Take The Place of Your Man” y el título), Sign o’ the Times no encajaría del todo con el público, al menos no de la misma manera que Purple Rain.
No sería hasta un par de años después, cuando Tim Burton lo contrató para el soundtrack de Batman (1989), que Prince cerraría la década con un éxito monstruoso y su primer trabajo de encargo. Batman representaba la primera y única vez que un súper héroe de la pantalla grande tenía personalidad propia por medio de la música. Imposible no pensar en “Batdance” o “Partyman” al ver a Michael Keaton y Jack Nicholson como Batman y el Jocker, respectivamente.
LOS NOVENTA: MAINSTREAM Y REGRESO DEL CULTO
Prince entró a los noventa intentando recuperar su street credit, pero en vez de crear la fusión funk/punk por la que fue conocido, decidió irse por su público afroamericano, que estaba en el trend del gangsta rap y el apogeo del hip hop. Ignorando así que fue un artista más cerca de Lollapalooza y la onda alternativa que a un artista de color común y corriente.
En la era en que la música real estaba de vuelta y músicos del grunge, punk y noise conquistaban el radio, el genio que tocaba todos los instrumentos, que producía, escribía e interpretaba todo en sus discos, se puso a bailar introduciendo a tres raperos en su acto. Hizo inesperadas presentaciones haciendo lip sync por Tv., donde parecía que estaba en una campaña por perder su credibilidad, logrando altas (Diamonds and Pearls, 1991) y bajas (Symbol, 1993), hasta estallar en una batalla legal con Warner, peleándose por los derechos de su música.
A mediados de la década Prince se había cambiado el nombre y recurrió a tácticas mediáticas extrañas que lo alejaron cada vez más del mundo real. Perdió el contacto con su público. Pasó los siguientes años grabando discos bajo el nombre de Symbol o The Artist Formerly Known As Prince, ganado un culto de fans maduros que se dividían entre lo que quedaba de sus seguidores de los ochenta y nuevos que no exigían al hombre del funk.
LOS DOSMILES: PIONERO DE LA TECNOLOGÍA Y EL REGRESO DE LA LEYENDA
En su afán por contrarrestar el golpe bajo de la industria, Prince decidió inventar un sistema propio, mediante la web, para vender su música desde su propia casa de forma independientemente. El NPG Music Club nació años antes que Myspace e iTunes. Con la herramienta, Prince se brincaba a las corporaciones y llegaba directo a sus fans. Los Webbys Awards lo premiaron como un pionero de la web. Inspirado por su éxito fuera de los registros oficiales, Prince continuó con un par de tácticas similares, desde incluir su disco en el precio de los boletos de sus conciertos, hasta hacer tratos con empresas específicas para regalar los discos a los fans.
En una época en la que hasta el artista más ético estaba firmado con una compañía disquera, la mega súper estrella Prince estaba abriendo las puertas para la nueva generación del circuito independiente. Pero iba tan adelantado a su tiempo en los negocios de la industria y la tecnología que declararía muerto a internet, cuando supo que YouTube no pagaría por los derechos de la música y los videos de los artistas, y que iTunes se quedará con el 90% de las ganancias de ventas.
A pesar de ser criticado e incomprendido por los pro internet, un par de años después cada artista de peso con opinión rígida —Radiohead, Nine Inch Nails, David Byrne, etcétera— le daría la razón. Cuando se encontraban siendo estafados por Myspace, iTunes y la industria, todos empezaron a vender o regalar sus discos de forma independiente y no faltó quien incitara a los fans hasta a robárselos.
Prince pasó de ser un artista de culto para veteranos a un artista con relevancia. Fue bien recibido como la leyenda de los ochenta por el público en general. Tal vez el único sobreviviente de su generación que conservaba su integridad intacta y que podía revivir sus hits mejor que nunca en los dosmiles.
Los momentos clave para el regreso fueron la inducción en el Rock and Roll Hall of Fame (en la que hizo un solo histórico durante el tributo de George Harrison), una presentación en el Superbowl, la gira con su Musicology, y ser el telonero en Coachella. Prince estaba de regreso sin intentar encajar en la nueva generación, esa que, más bien, estaba dispuesta a encajar con él. Para mediados de la década era el artista más citado como influencia, por los músicos comerciales y los más indies.
Incluso la cultura popular le regresaba el favor: un sketch clásico en el show de Dave Chapelle, un súper fan que le reinventó su historia: Questlove de The Roots, y docenas de tributos y honores de la industria.
LEGADO E INFLUENCIA
David Bowie escribió en “Zeroes” que se había dado por vencido después de “Little Red Corvette”. Una referencia directa del pase de su trono a Prince, y una de las tantas referencias obvias para los fans de corazón, pero inusuales para los que pensaban que Prince era otro artista pop que intentaba ser como Michael Jackson. La realidad no podría estar más lejos.
A pesar de que era un músico multi instrumentalista, dedicado 100% a realizar música para sí mismo, un evento en el verano de 1983 cambiaría el rumbo de su imagen para siempre. El ya entonces veterano Michael Jackson, obsesionado con el aclamado nuevo rey de la música afroamericana decidió hacer un stunt publicitario para crear una rivalidad que no existía. En un concierto de James Brown en el que estaban presentes docenas de celebridades, Jackson aprovechó para que Brown invitara al escenario a los dos artistas en una especie de competencia sana.
Pero Jackson no lograría esa noche un momento recreativo entre amigos, sino un rumor mediático de rivalidad y la difusión de eran artistas similares. Una percepción que injustamente persiguió a Prince. ¿Un artista pop que se preocupaba más en bailar que en crear música? A Jackson aquello lo hizo ver como un músico de la talla de Prince. Dos disparates totales.
Jackson llego a declarar: “¿Por qué la crítica no me respeta como lo respetan?”
A pesar de que Prince tuvo una reputación de control freak y soberbio a la hora de trabajar, nunca se metió en chismes o contestó rumores. Más bien fue un artista enigmático que prefería decir mucho con poco y que jamás se molestó en aclarar los ataques y rumores absurdos de su personalidad. En una entrevista, Oprah le preguntó si no le molestaba que pensaran que era weird o gay. Despreocupado, Prince respondió: “Para donde flote el bote”.
En 1999 Beck realizo una conferencia de prensa junto a D’Angelo. Los dos hablaron de rescatar a Prince de las garras de la industria y, en palabras de Beck, “regresarlo a grabar un disco con un piano desafinado”. Las declaraciones reflejaban el sentir de muchos artistas. Por ejemplo: en 1997, cuando los ex Nirvana se reunieron por primera vez hicieron un cover de “Purple Rain”. Era un mensaje claro: existía una generación que lo respetaba como músico y lo quería de regreso. La idea de que Prince había desaparecido por ser de la generación de Madonna o Michael Jackson, era errónea. O, quizá, una generación que se la había negado en los noventa le daba entonces la oportunidad.
El legado de Prince refleja bastante su personalidad llena de contradicciones. Podía ser sampleado por Trent Reznor para Nine Inch Nails, o por 2 Pac. Docenas de veces. Siempre abarcando un poquito de todo y dejando las respuestas para tu inclinación musical. Podía ser Beyonce con un cover de “The Beautiful Ones” o M.I.A. con “Kiss”. O Thom Yorke sampleando “Sexy M.F.”, o Alex Awantder cantando “Purple Rain”. Prince es el artista que tú quisieras ver.
Miles Davis dijo de él: “¡Con una mezcla de Charles Chaplin, Jimi Hendrix y James Brown no puedes fallar!”
Difiero. Miles estaba equivocado. Prince sí fallaba y ese era su encanto. No tenía miedo al error, ni al ser clasificado; no tenía miedo al sentirse femenino o masculino; no tenía miedo a que lo considerarás una basura pop o tan genio como Mozart; no tenía miedo que lo considerarás un fanático religioso o un pecador; no tenía miedo que lo considerarás el artista más antisocial egocéntrico o el rey de las fiestas; no tenía miedo a liberar su sexualidad o reprimirla; no tenía miedo a ser cursi o exageradamente cool. Prince no tenía miedo a ninguna contradicción. Al final eso es lo que nos hace humanos: la incertidumbre de qué somos.
Prince escribió en “I Would Die 4 U”: “No soy un hombre, no soy mujer, soy algo que nunca entenderías”
No quiero entender, me quedo con el enigma.
Gracias Prince. Gracias.