«El sexo en la cárcel, al igual que la droga, se paga con él y por él».
Hay cuerpos olvidados. Enrejados. Sentimientos rotos. Aquella persona que gozaba del sexo con su pareja en libertad, ahora paga unos 40 pesos la hora por él en las «cabañas resort» de las cárceles de la ciudad. Las pasiones carnales de una persona en prisión también se venden y compran, se alquilan. Un mercadeo de cuerpos y fluidos.
Con la misma naturaleza que un adicto consume droga hasta saciarse por necesidad, el coito es un derecho humano esencial, un vicio para cualquiera. El sexo representa una mafia dentro de la prisión. «Lo más escabroso es que es una moneda de cambio», me dice Gabriela Gutiérrez, autora de Sexo en las cárceles de la Ciudad de México (Salario del Miedo, 2016).
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El libro, una investigación periodística de 135 páginas, expone cómo es el negocio de los fluidos tras la rejas. Todas son historias que más de 80 reclusos compartieron con ella por un año. Desde cabañas resort con room service para los que pueden pagar más, hasta la prostitución en las instalaciones de las principales prisiones de la Ciudad de México.
Matrimonios, historias de amor, cartas eróticas y románticas. Esta investigación se realizó desde 2010, cuando la reportera se topó por primera vez ante uno de los hechos que más interés le causó. Habló con guardias, prostitutas, internos, internas e integrantes del cártel de los Arellano Félix. Se metió hasta las tripas de estos lacerantes espacios para escribir esta pieza que destapa uno de los comercios más rentables tras las rejas: el sexo.
Sexo en las cárceles de la Ciudad de México expone la corrupción entre gobierno, autoridades y prisioneros que el desarrollo de este negocio. Una narración que habla desde el abandono. Los internos pueden solicitar permisos para tener visitas íntimas con sus cónyuges, sin embargo muchos de ellos los dejaron, los olvidaron. El desprecio es parte de su condena.
POLEANA, DE LA CÁRCEL A TU MESA DE JUEGOS
Gaby apunta a manera de introducción: «cada reportaje es, en poca o mucha medida, un viaje interno, donde los autores intentamos comprender y explicar una problemática sin antes —sería imposible— interiorizarlo, devorarlo o dejar que nos devore para que entonces salgan las palabras. Uno no puede descubrir algo nuevo en los demás, sin antes descubrirlo en sí mismo.»
Hablé con ella para conocer el detrás de cámaras de este reportaje.
¿Qué es lo más escabroso del sexo en prisión?
El hecho de que el sexo es una moneda de cambio en sí misma, no solo afecta a las personas directamente involucradas. Por ejemplo, las cabañas que menciono en el libro son habitaciones de hotel improvisadas dentro de la prisión, donde además hay prostitución. En el reportaje explico el relato de alguien que mueve la droga dentro de la cárcel (ahí le dicen el vicio), una vez un drogadicto le dijo “pégame, pero pégame bien cabrón, tírame todos los dientes porque mis hermanas ya no me creen.” Él prostituía a sus hermanas para pagar sus deudas por droga y como ya no le creían, pedía que le pegaran. Esta parte de la afectación a terceros por la moneda de cambio que es el sexo, es lo más cabrón de confirmar en primera mano. Organizaciones de derechos humanos también lo han documentado, en la cárcel lo saben.
¿Es necesario tener sexo para ser feliz en el mundo de las prepago Medellín?
Hay un abandono, emocional sobre todo…
Para mí fue de mucha ayuda que estuvieran abandonados, solos y deprimidos, porque hablaron sin realmente querer hablar, lo hicieron porque lo necesitaban. Imagino que era como un refresco agitado y tapado que cuando lo destapas sale todo. Es muy fuerte, el abandono es parte de la condena, la pertinencia de este libro no es solo reflejar cómo es la cárcel por dentro, sino que a los de afuera nos debería interesar.
Actualmente, con los procesos de juicio oral están liberando al 20% de los internos, más allá de que esté bien o que esté mal, el problema es que los están liberando sin prepararlos realmente para una readaptación. Es por eso que nos debería importar, porque imagínate, todos ellos salen más traumados de como estaban. Nosotros cerramos la vista y decimos “está bien, es pedo de ellos, qué bueno que estén ahí, malditas ratas que se mueran”. La verdad es que no se mueren y salen. Nos debe importar por eso, como sociedad, además que la cárcel es nuestro reflejo.
¿A qué embrollos te enfrentaste dentro?
La parte más difícil fue cuando traté con gente de los Arellano Félix, que jugaban beisbol. Cuando conocí al primero —siempre hay mucha cortesía por parte de los internos— me fue a dejar a la puerta, me pidió mi número y me preguntó ¿sí es de verdad tuyo? Le dije que sí y me dijo “si no es tu pinche teléfono voy a ir y voy a incendiar toda tu casa con tu familia”.
En ese momento me cagué y eso fue muy fuerte, saber que realmente no estaba jugando, en ese momento le dije: wey, tú y yo aquí somos iguales, somos amigos, así que si me vas a empezar a amenazar, vamos a dejarla ahí y aquí vale madre todo, porque no te tengo miedo. A partir de ahí marcamos una línea de respeto y estuvo chido, al final lo que quería era que lo siguieran visitando. También él me acompañó, hizo los pagos y manejos para que pudiéramos ingresar a las habitaciones de visita íntima, pero las que se rentan, en un sótano. Estar ahí, en un sótano donde no hay custodios si dije ¡no mames!
Una de las líneas de investigación para el reportaje fue precisamente la readaptación y reinserción social…
La reinserción no sirve, es una utopía. Entrevisté alrededor de 80 internos y solo dos me dijeron que estaban readaptados, y de esos dos falta saber si de verdad tienen las mismas alternativas de sobrevivencia, y las puedan utilizar porque si no van a regresar a lo mismo.
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Este reportaje lo iniciaste en 2010, ¿has seguido la investigación desde entonces?, ¿siguen las mismas tarifas, por ejemplo?
Sí, aún tengo contacto con algunos reclusos después de la investigación. Les sigo la pista, les pido detalles y me dicen que todo sigue igual. Ya no he ido, estar ahí era involucrarme todo el día. Pero por teléfono voy enterándome. El negocio sigue.
Al principio de Sexo en las cárceles de la Ciudad de México dices que cada reportaje es un viaje interno, cada historia la interiorizas y la devoras…
Yo era de estas personas que decían “sí, que los dejen ahí encerrados y que pierdan la llave”, aunque en el discurso siempre he dicho que no hay nadie bueno y nadie malo, a los internos los veía diferente, decía “estos sí están muy cabrones, sí lastiman a la gente, que se pudran”. Me di cuenta que no todo es blanco y negro. Antes de ser victimarios fueron víctimas: del Estado, de las instituciones o de su entorno familiar. Y no es tanto la familia, la familia te puede fallar, pero más bien fallan las instituciones que no están ahí para apoyar. A la cárcel llega lo peor de todos nosotros, es un espejo.
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