Ha salido a la luz Silvano Acosta, un texto jamás antes mencionado del famoso escritor, Jorge Luis Borges. El cual se dice, está basado en un hecho que pesaba en la conciencia del escritor, profundamente. Borges se sentía abrumado por la culpa, ya que un hombre sería ejecutado por su abuelo militar, Francisco Borges.
“Lo que me ha tocado es un tenue hilo que me une a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte”.
Jorge Luis Borges
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«Silvano Acosta»
Es justamente a este personaje importante en la vida del escritor, su abuelo, Francisco. Quien es mencionado en varias ocasiones, por ejemplo, en algunos de sus poemas, como: Junín, o El otro, el mismo:
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El gran hallazgo
El literato le dictó este texto a María Kodama, el 19 de noviembre 1985 pocos meses antes de morir, en junio de 1986.
Silvano Acosta, fue un hombre ejecutado en 1871 por orden del abuelo paterno del escritor, el coronel Francisco Borges. El escritor narra lo que aconteció ese día de la ejecución y decidió revelar esa verdad llamándola en papel, porque quería sacar del anonimato a la victima.
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Y el texto inédito ha sido publicado por la misma viuda de Jorge Luis Borges. Ella se encontraba en estos meses de pandemia y confinamiento realizando limpieza hasta que halló el documento.
El texto inédito de Borges (completo)
Mi padre fue engendrado en la guarnición de Junín, a una o dos leguas del desierto, en el año de 1874. Yo fui engendrado en la estancia de San Francisco, en el departamento de Río Negro, en el Uruguay, en 1899. Desde el momento de nacer contraje una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871. Esa deuda me fue revelada hace poco, en un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública.
Hoy quiero saldar esa deuda. Nada me costaría fantasear rasgos circunstanciales, pero lo que me ha tocado es lo tenue del hilo que me ata a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte.
Asesinado Urquiza, la montonera jordanista asedió a Paraná. Una mañana entraron a caballo en la plaza y dieron la vuelta golpeándose la boca y gritando algún sapucai para hacer burla de la tropa. No se les ocurrió apoderarse de la ciudad.
Para levantar el sitio, el gobierno envió al regimiento número dos de infantería de línea. Faltaban plazas y una leva recogió algunos vagos en las tabernas y en las casas malas del Bajo. Acosta fue apresado en esa redada, entonces común. Nada me costaría atribuirle una parroquia de Buenos Aires o un oficio determinado -peón de albañil o cuarteador- pero esa atribución haría de él un personaje literario y no el hombre que fue lo que fue. A la semana desertó del cuartel y se pasó a los montoneros.
Tal vez pensó que la disciplina entre gauchos sería menos severa que en las filas de un ejército regular. Tal vez quería desquitarse de haber sido arrastrado a la guerra. Prosiguió la campaña y un Destacamento del Dos trajo prisioneros. Alguien reconoció al pobre Acosta. Era un desertor y un traidor. El coronel Francisco Borges, mi abuelo, firmó la sentencia de muerte con la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron.
Yo nací treinta años después. Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación, que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985.
VA/PK