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Tom Waits: Intérprete de personajes delirantes y ladrón de escenas

Tom Waits

Amo a Tom Waits. Mucho. Hoy día es mi músico vivo favorito y uno de mis últimos héroes. Por eso, escribir un texto sobre él, de manera objetiva, me resulta difícil, por no decir imposible.

Todos los psicópatas y todos los alcohólicos están del lado de la familia de mi padre. En el lado de mi madre tenemos a todos los pastores de la Iglesia.

Tom Waits.

No, no es cierto. Estoy mintiendo. Sí podría hacerlo. A fin de cuentas soy un maldito profesional, aunque no lo parezca. Simplemente no quiero. ¿Por qué lo haría?, ¿quién querría leer un texto objetivo sobre Tom Waits, cuando es una presencia tan felizmente perturbadora? Creo que solo lo harían quienes no saben de su existencia; las personas para las que su nombre no es más allá de un nombre propio, que no es mi caso.

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Tom Waits

Para mí, Tom Waits es un universo. Musical, por supuesto, pero también  narrativo. Sus canciones suelen ser grandes historias, con imágenes poderosísimas, surrealistas, demenciales y conmovedoras. Y también es un universo histriónico en tanto que las almas de sus personajes poseen su cuerpo en cada interpretación, tal como si él fuera un médium en una sesión colectiva de espiritismo. Es decir, mucho de su performance vocal, o es charlatanería, o actuación pura. O ambas cosas. Locura total. Quizá la memoria me engaña, pero estoy casi seguro que antes de escucharlo lo vi. Que la primera vez que me topé con él, fue en una película, como actor. Y de eso quiero hablar aquí.

Antes: un paréntesis que puede parecer pintoresco, pero es necesario. Tom Waits se crió en la frontera con México y habla español. Creció escuchando canciones rancheras que le gustaban a su padre. Contrario a lo que dice en uno de sus temas, odiaba ser niño y quería crecer para “ser un viejo” y hablar como tal. Así, con eso en mente, se construyó a sí mismo, se diseñó como a uno de sus personajes extravagantes. Para ello tomo un modelo a seguir: Cantinflas.

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Tom Waits

Sí, nuestro Mario Moreno “Cantinflas”. En más de una ocasión lo ha afirmado, ha dicho que conoció sus películas en la infancia (quiero pensar que solo las más viejas, las que son en blanco y negro) y que tanto su voz, sus gestos y su vestimenta, le impactaron al punto de estudiarlo e imitarlo. Creo que ahí empezó su gusto por la actuación, mismo que fue refinando cuando ya siendo un músico con cierta fama, cobró consciencia de su personalidad y su aspecto, para acrecentarlos con la mitomanía y el humor negro que usaba en todas sus apariciones públicas, entrevistas y shows en vivo.

Me referiré ahora a sus actuaciones “oficiales”.

A la fecha, Waits ha participado en casi treinta películas. Sé que para muchos esa información puede resultar sorpresiva, quizá hasta inverosímil. Pero es cierta. Ahí están Wikipedia y la IMDB para corroborarlo. Para hacer más insólita su trayectoria, aquí un dato entrañable: debutó al alimón con Sylvester Stallone en Paradise Alley (1978), una de esas películas que de tan malas, se ganan un lugar en el corazón del tipo de cinéfilos como yo, los que somos fácilmente sobornables. Ese sería su bautizo como histrión, bajo las órdenes del semental italiano, que se estrenaba como director y que entonces usaba una arracada. Eso fue en 1978, cuando Waits aún bebía alcohol en demasía (hoy día es abstemio).Sobre el rodaje diría: «acudí, me senté ante un piano durante tres semanas y luego me fui a casa».

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Dos años después algo marcaría al joven Tom para siempre. La invitación de Francis Ford Coppola para componer la música de One from the heart (1981), y para actuar en ella como secundario. De esa empresa suicida para el director, Waits cosechó dos acontecimientos trascendentales: su primera y única nominación al Oscar y el conocer a la guionista Kathleen Brennan, su esposa desde entoncesy coescritora de muchos de sus temas.

En ambos filmes hizo de músicos borrachos. Es decir, prácticamente se interpretó a sí mismo. Algo que haría en varias ocasiones más, como en su siguiente aparición, en una película de licántropos, una cosa muy extraña llamada Wolfen (1981), dirigida por tres realizadores: Michael Wadleigh, John D. Hancock y Rupert Hitzig.

Fruto de ese extraño vínculo de director-actor secundario con Coppola, hubo más presencia de Tom en otros filmes. En The outsiders (1993), drama juvenil protagonizado por los muy jóvenes Matt Dillon, Tom Cruise, Patrick Swayze, Rob Lowe y Ralph Macchio, encarnó a un tipo duro, en una escena muy breve, pero que se roba la atención del público. Algo que terminó por ser su sello personal.

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Más adelante nuestro roba-escenas sería un mentor-consejero-encargado-de-un-billar en la obra de culto Rumble fish, también con Matt Dillon y aquel Mickey Rourke joven y guapo de los ochenta que muchos extrañamos. El brevísimo fragmento en el que Waits hace un monólogo, a la distancia sigue siendo una escena cargada de belleza. Y si no fuera porque es dicha en un billar de mala muerte frecuentado por pandilleros sin futuro, parecería una reflexión zen. “El tiempo es una cosa chistosa. Es algo muy peculiar. Cuando eres joven, de niño, todo lo que tienes es tiempo. Desperdicias un par de años por aquí, otro par por allá… y no tiene importancia. Pero ¿sabes? Después eres viejo, y dices ¡Jesús, ¿cuánto me queda?! 35 veranos, nada más. Piénsalo: 35 veranos”.

Waits participó también en Cotton club (1984, de donde cosecharía la amistad de Fred Gwynne, ¡el mismísimo Herman Munster!), y años después en Bram Stocker´s Dracula (1992), donde hizo al mejor Renfield de todos los tiempos, ese sirviente del conde, que en honor a la verdad, parecía más un personaje de sus canciones vodevilescas que el de una novela de vampiros.

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Pero me estoy adelantando. Volvamos a los ochenta y a un caso peculiar. No es una película, pero sí un videoclip muy cinematográfico, dirigido por Jean Baptiste Mondino y sobresaliente por el cameo de un personaje de culto: Jake LaMotta, el boxeador que inmortalizara Robert De Niro en Raging bull. Hago de nuevo un paréntesis para señalar algo que me sorprende: la capacidad de Waits para codearse con la historia y muchos de sus personajes. Continuo.

Su siguiente aparición llama la atención por varios detalles. El primero, ya no es como actor secundario, sino como protagónico. El segundo, es una película donde comparte estelar con otro músico. El tercero, fruto de esa experiencia fortalecería dos amistades importantes en su vida: una con Roberto Benigni, la otra con Jim Jarmusch. Me refiero por supuesto a la genial Down by law (1986), donde comparte el estelar con John Lurie y el ya mencionado payaso italiano. Waits interpreta a ex locutor de radio que se fuga de la cárcel. De nuevo, un personaje a su medida: un marginal al borde del delirio.

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Tom Waits

Con Jim Jarmusch fue nuevamente locutor de radio en una película hermosa y fantasmagórica sobre Elvis Presley: Mistery train (1989), en la que también participa Joe Strummer como actor. Años después, y ya siendo muy amigo de Jarmusch, Waits se interpreta a sí mismo (afirmando ser médico y haber atendido un parto), compartiendo la mesa con Iggy Pop en Coffe and cigarrets (2003)

Como si trabajar con Coppola y Jarmusch no fuera suficiente, Tom Waits inició la década de los noventa bajo la dirección de otro demente: Terry Gilliam, el ex Monty Python signado por la mala suerte. Para él actuaría como un veterano de Vietnam en esa belleza menospreciada sobre el Santo Grial que es The fisher king (1991), protagonizada por un joven Jeff Bridges pre-Dude Lebowski y un Robin Williams en estado de gracia. Muchos años después Waits y Gilliam trabajarían juntos de nuevo en un proyecto maldito: The Imaginarium of Doctor Parnassus (2009), la película que Heath Ledger dejó inconclusa por su muerte prematura y que —para bien o para mal— sería terminada por otros actores. Ahí nuestro músico favorito, ya más maduro, fue el Diablo. Ni más ni menos.

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En los noventa Tom también trabajó con Robert Altman en esa oda a la ciudad de Los Ángeles que es Short cuts (1993), película basada en relatos cortos de Raymond Carver, un escritor al que, por cierto, le encuentro mucho parecido con las historias de Tom Waits. Ahí fue un taxista muy enamorado de su mujer, quizá el menos perturbado de sus personajes, pero no por eso lejano al Tom de la vida real. Uno loco de amor.

De nuevo, por si trabajar con Coppola, Jarmusch y Gilliam no fuera suficiente, Waits sumaría otro realizador de culto a su currículum: Tony Scott, el célebre director de The hunger. Con él trabajó en otra obra menospreciada por la crítica, pero que muchos cinéfilos disfrutamos: Domino (2005), una historia basada en un caso real donde una modelo, previo Síndrome de Estocolmo, se convertía en delincuente. ¿Y qué personaje hizo el gran Waits en esa cinta? Un predicador cristiano, ni más ni menos, un hombre de fe. Como dato para la trivia, el Mickey Rourke de los dosmiles, ya no guapo pero sí encantador, también formó parte del elenco. Me gusta pensar que en algún momento ambos coincidieron detrás de las cámaras para ponerse al día sobre cuántos veranos han desperdiciado desde Rumble fish.

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En esta década Tom Waits fue un ingeniero en un mundo apocalíptico en The book of Eli (2010), de Albert y Allan Hughes, y es uno de los siete en Seven psychopaths (2012), de Martin McDonagh, cuyo título lo dice todo. Ahí da vida a un hombre con una misión en la vida: asesinar asesinos, siempre acompañado por su esposa.

Los personajes citados no son, por supuesto, los únicos protagonizados por Waits. Como comenté al inicio, su filmografía rebasa la treintena. Los personajes y los filmes a las que me referí son los que conozco mejor y me gustan más, pero no son los únicos. El rostro y la voz de Tom Waits han desfilado por muchas historias y muchas pantallas, incluso las televisivas (participó con su voz en The Simpsons).

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Y en todas las ocasiones el patrón se repite: él como un embajador de su mundo en el nuestro, un loco, un bohemio, un payaso siniestro con corazón de oro, un fanático religioso, un vagabundo y un sabio. Ha sido también policía y científico loco. Ha tenido muchos rostros. Y sin embargo siempre es él. Sería muy difícil representar estos personajes sin caer en la sobreactuación o en lo inverosímil. En el caso suyo todo es creíble, porque su personalidad es así, y porque en el medio del espectáculo, no hay alguien como él. Pero en el mundo real sí. En el mundo real hay muchos delirantes en las calles, los desfiles, los bares, los pueblos, los basureros, los barrios bajos. Y ellos también siempre se roban las escenas.


Por Rogelio Flores / @rogeliofloresj

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