Agustín Martínez Castro (Acapulco 1950 – Veracruz 1992) ha sido un personaje oculto en la historia oficial de la fotografía mexicana. A finales de los años 70 inició su trabajo como fotógrafo y activista, una simbiosis clara en su labor artística, pues en ella resulta difícil separar la comunión entre estética y política (no confundir con partidismo).
En un término, podríamos catalogarlo como un disidente de la fotografía durante sus años de producción, debido a que fue influenciada por artistas cercanos cuya obra se basaba en la pintura y el ensamblaje, no propiamente en la fotografía; además, siempre estuvo comprometido con la lucha por los derechos de la comunidad LGBTTTI.
Su obra inició en 1978, año en que se creó el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), agrupación de pleno carácter político que velaba por los derechos de la comunidad gay, de la cual el artista fue miembro fundador. Dicha agrupación formó el primer contingente abiertamente homosexual que participó en la marcha conmemorativa del 2 de octubre, al igual que en el aniversario del triunfo de la Revolución Cubana, de aquel año. En 1979 se celebraría la primera Marcha del Orgullo Gay (como se le conoció durante un buen tiempo) en la Ciudad de México, cuando ésta aún tenía un carácter eminente de lucha y no sólo de carnaval como muchos (no todos) lo toman hoy día.
Piratas en el Boulevard
En palabras de César González Aguirre, curador de la exposición retrospectiva Piratas en el Boulevard, exhibida actualmente y hasta el próximo 15 de julio de 2018, la labor de Agustín resulta interseccional, ya que devela la construcción de comunidades sexo diversas (travestis, transexuales, homosexuales) al mismo tiempo que muestra interés por grupos minoritarios más allá de la identidad y preferencia sexual (estudiantes, víctimas de desaparición forzada, obreras, pachecos). Este es, quizás, el motivo inmediato de la exposición: mostrar sus obras a 40 años del inicio del Movimiento de Liberación Homosexual en México, de su activismo y de su postura política como fotógrafo.
La otra razón fue regresar a Agustín Martínez Castro al lugar más representativo de la fotografía y su estudio en México: el Centro de la Imagen (CI), ya que, en su momento, fue vicepresidente del Consejo Mexicano de Fotografía e incluso coordinó un coloquio sobre esta disciplina en Pachuca, Hidalgo. Pese a esto, su trabajo fue invisibilizado debido a que no se consideraba parte de la “Fotografía comprometida”, es decir, aquella de carácter documental caracterizada por el exotismo con que muestra a los grupos marginados (como la trilladisima foto en blanco y negro de unas manos campesinas o indígenas).
Por otro lado, su producción no es eminentemente fotográfica sino un trabajo plástico más completo, más pictórico toda vez que sus imágenes se intervenían, se creaban mediante collages, o bien, emanaban de fotocopiadoras u otros medios de impresión y no del cuarto oscuro. En los ochenta, estas prácticas fueron rechazadas por el ámbito fotográfico más recalcitrante y reaccionario… aunque mucho no ha cambiado, basta recordar la pasada bienal de fotografía del CI.
Después de formarse en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM como comunicólogo, y una vez que conoció a sus amigos en el ambiente, Martínez Castro pensó en el uso de la imagen como herramienta política dentro del Movimiento de Liberación Homosexual, siendo pionero en el registro de sus irrupciones en el espacio público capitalino. Por lo anterior, algunas de sus fotografías se utilizaron en la propaganda del FHAR.
Agustín no cayó en la “Artistitis” crónica, un mal que, para él, podían contraer los fotógrafos al querer ingresar a los altos círculos culturales. Por el contrario, decidió moverse entre las periferias, rasgo que se reflejaría en sus imágenes pirata creadas en un afán contestatario: contra la moral conservadora, retratando travestis, personajes gay o pintas callejeras pro LGBTTTI, o bien, ante la intervención de la fotografía en otros ámbitos, como las fotocopiadoras XEROX de las cuales surgieron algunos trabajos de Martínez Castro.
Muchas de las piezas de la exposición, quizás la mayoría, pertenecen a colecciones particulares, otras al acervo del CI. Algunas son emblemáticas, como la del caso De púrpura encendido, una pieza que consta de unos labios de gas neón cuyo original formó parte de la exposición “De 10 a 11 PM” exhibida a finales del siglo pasado en la Disco Spartacus de Ciudad Nezahualcóyotl, bastión del ambiente homosexual y nocturno de aquel municipio mexiquense; se cree que ésta ha sido la única exposición artística presentada allí.
Su tránsito en el periférico cultural, del que supuraba activismo de resistencia y goce corporal durante las noches de ambiente, en una época donde salir del closet era condenarse al ostracismo, resultó, por demás, un acto político pues “¡Lo personal es político!” consignaban el clan LGBT de entonces. En palabras de César González-Aguirre, Agustín trabajaba dentro de los márgenes, con empatía y solidariamente ya que pertenecía a ellos y con (¿para?) ellos.
Ver de nuevo todo lo que exhibe Piratas En el Boulevard será complicado. Además del trabajo de Martínez Castro, también hay cárteles de las primeras marchas LGBTTTI, pinturas de artistas del gremio gay, incluso revistas para gente de ambiente revividas directito de los años ochenta (incluyen poster), así como propaganda de la FHAR y las asociaciones que surgieron de éste. Un buen plan para estos meses en que todo se pinta color unicornio millenial.
Mario Castro
Latinoamericano verborreico. Fotógrafo. Escribidor de debrayes. Corrector de horrores lingüísticos. Editor en veces. No alimentar con tristezas a este sujeto.