Anna Sampson utiliza el drag para mostrar que todo se trata de un juego, que todos hacemos un performance diario, que el género en ocasiones (casi siempre) excluye en lugar de replantear la equidad.
Para 1990 el feminismo era una teoría consolidada, que había ganado varias batallas en la lucha por el empoderamiento de la mujer. Sin embargo, desde tiempo atrás existían “corrientes”, por nombrarles de alguna forma, que criticaban el rumbo que podía tomar a partir de preceptos limitantes sobre el género. Sin duda es un tema complicado y harto discutible.
En aquel año fue editado El género en disputa, obra de la filósofa Judith Butler, que se ha considerado uno de los textos pioneros dentro de la teoría queer, tan popular hoy, aunque la intención era muy distinta: evidenciar y criticar que el feminismo, como se aborda(ba), podía llevar a su fracaso. ¿De qué forma? Butler sostiene que, al final, la búsqueda por empoderar a la mujer producía un binario genérico-hegemónico: femenino-masculino, de tal forma que todo lo que no entrase en éste corría el riesgo de provocar consecuencias homofóbicas.
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Podría sonar absurdo, pero al final la discusión mantenía dos poderes de género, limitando una lucha que se decía en pro de la inclusión. La heterosexualidad seguía como hegemonía, sólo que vista del lado contrario; géneros iguales pero, sobre todo, normales, naturalizados. Como aún ocurre, distintas vertientes feministas aparecieron y en algunas de ellas el término “equidad” antes que “igualdad” cada vez tomaba más fuerza.
Con su obra, Butler buscaba desnaturalizar aquellas “morfologías ideales del sexo” pues consolidan una violencia normativa, provocando si no un patriarcado sí un superdominio heterosexual. Dichos ideales de sexo forman, en palabras de la autora, un “juicio normativo sobre esas apariencias y sobre la base de lo que parece”.
Cinco lustros más tarde Anna Sampson, una londinense graduada en arte, retoma el título de aquel libro para nombrar una serie fotográfica cuya base es la idealización de los estereotipos normalizados. Gender Trouble mezcla los estereotipos de género mediante retratos de hombres personificados de mujeres y mujeres personificando hombres. Al estar adscrita al feminismo, una de las intenciones principales de Anna Sampson es colocar a los hombres en la posición de ser cosificados y sexualizados, como ocurre con las mujeres en la moda, la publicidad o incluso los medios masivos de comunicación como películas o revistas.
¿Acaso los personajes de la serie no son drags como pareciera a simple vista? No. Una de las particularidades de este trabajo es que ninguno de los que aparecen en la serie hacen performance de género, o tal vez sí pero no de la forma que creemos. La mayoría de lo retratados por Anna Sampson son amigos suyos o amigos de sus amigos que decidieron participar en el proyecto ya que, como afirma, les gusta divertirse además de tener mente abierta y no sólo eso: en Londres, afirma, hay una variedad inmensa de personajes andróginos (tanto mujeres como hombres) que además suelen mostrarse estrafalarios, por lo que no resulta complicado escoger un “modelo”.
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Las imágenes por momentos sugieren otras de Nan Goldin, no es gratuito pues Anna Sampson ha tomado como influencia sus retratos al igual que los de Boris Mikhailov: fotografías desenfadadas e intimistas. Personajes honestos, desenvueltos con naturalidad. El blanco y negro en que se presenta obedece más a las circunstancias de trabajo que a un uso discursivo de la técnica: simplemente tenía acceso a un cuarto oscuro en el que aprendió revelado en escala de grises y no en color, si desea utilizar éstos sólo cambia a una polaroid. No más.
Anna Sampson muestra cómo los estereotipos ortodoxos pueden mezclarse fácilmente, pues al final son construcciones sociales que, en mayor o menor medida, se modifican e incluso quiebran. De cualquier forma, esta cuestión no es el centro de la serie. Con ellas busca hacer conscientes a los espectadores, y también a sus ”modelos”, sobre las convenciones de género: revertir la mirada masculina sobre sí misma y reclamar la mirada de la mujer, ya que, entre otras cosas, desea romper el estigma de sexo débil y pasivo tan trillado como actual.
Muchas de la fotografías pertenecen a parejas comunes que simplemente invirtieron roles por diversión, aunque en el fondo sea una reivindicación a esos “géneros” no naturalizados: gays, lesbianas, transexuales o intersexuales, quienes, al igual que las mujeres, no son tratados con equidad e incluso suelen ser aún más marginados por la sociedad.
Este discurso, tal como lo sostiene, resulta vital en este momento de la historia, en el que la derecha Trumpiana ganadora, simbolizan un retroceso de 50 pasos en las luchas feministas, algo que iría en dirección contraria de haber ganado Hilary Clinton. Esta afirmación no es de tintes políticos sino que devela cómo nuestra sociedad sigue atrapada en un heteronormatismo desde sus instituciones. Nada nuevo.
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Tal como ocurrió con el libro de Judith Butler, no se busca atacar al feminismo sino encausarlo a otras vertientes donde la determinación del género no sea lo importante. Al final, para Anna Sampson, todos somos humanos e iguales y, como tal, merecemos el mismo respeto y las mismas oportunidades. Quizás por ello no busca travestis para realizar sus tomas: cualquier mujer puede “adoptar” el rol masculino y viceversa.
Además, con ello se revela la honestidad de los sujetos y la torpeza que muestran al llevar un supuesto rol: se trata de un juego, de ironizar las convenciones sociales. En este punto, se liga con la teoría de Butler cuando ésta sostiene, al hablar de la: superestrella drag Divine, que las culturas homosexuales tematizan en contextos paródicos “lo natural” manifestando de esta forma una construcción performativa de un sexo original y verdadero.
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El género es un performance, el cual se determina y divulga mediante fábulas de género que, a su vez, construyen “hechos naturales”. Al desnaturalizar esto, tanto el discurso de Butler como el de Sampson obedecen simplemente a un deseo de vivir, de hacer una vida posible y replantear sus posibilidades.
Al final, en ambos casos, el término “género” ha dado paso a un juego cuyas reglas y límites son complejos, pues desde el principio se tomó como un precepto académico y no como una liberación y empoderamiento reales. Discursos que restan vitalidad al problema, que lo llevan a los terrenos áridos de la discusión teórica.
No obstante, lo sexual, que es en donde radica toda la cuestión, siempre será un juego de poderes. Por ello lo importante no es llevar hacia dominios, obviar ni muchos menos establecer clasificaciones: se trata simplemente de jugar y alejarse de preceptos excluyentes.
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Mario Castro
Latinoamericano verborreico. Fotógrafo. Escribidor de debrayes. Corrector de horrores lingüísticos. Editor en veces. No alimentar con tristezas a este sujeto.