«You know I’m born to lose, and gambling’s for fools/ But that’s the way I like it baby/ I don’t wanna live forever/ And don’t forget the joker!», Lemmy Kilmister, Motörhead, Ace of Spades.
Dios ha muerto por un cáncer más rápido y letal que Stone Dead Forever. Increíble, el 28 de diciembre de 2015, a los 70 años y cuatro días, el entrañable Lemmy Kilmister se fue al Valhalla del rock. Parafraseando al filósofo alemán, la vida de un alumno de secundaria sin Motörhead sería un error.
Un día de 1982, cazando música salvaje en la pequeña cueva sateluca de Discos Acuarius, encontré el Iron Fist de Motörhead. Ese disco me anunció la andanada metálica de speed y thrash que se dejó venir en seguida. Supe del arribo musical de los nuevos bárbaros al suburbio y me convertí a su religión pagana, la que me salvó de morir asfixiado por la educación cristiana. Para mí era el rock más pesado. Desde entonces ocupó un espacio en las ondas sonoras que vibraron entre mis oídos, un lugar en el Olimpo de la recámara, un motivo en las playeras del bazar Skatorama y un ID en mi portafolios Samsonite de la secu, decorado con calcas artesanales.
El escudo perfecto para batear a los que llegaban con sus disquitos baladeros de Journey, ese Maná gringo que tanto gustaba a las quinceañeras. Para los ñeros de 15 que ya olíamos a cerveza y cigarro estaba Motörhead. Por eso la percepción que tengo de Lemmy Kilmister, su música, su voz y su rostro con verrugas, es la de una presencia familiar que me acompañó desde aquellos años. Algo semejante me sucede con Angus, Ramones y Ozzy. Ian Fraser Kilmister era ese tío loco, el disparatado de la familia, con el que siempre la pasabas a toda máquina sin importar el calibre ni la velocidad de la locura.
¿PERO NETA LEMMY KILMISTER ES DIOS?
Sí, también nació el 24 de diciembre pero de 1945 en un portal de Staffordshire, Inglaterra. Y su música, como dice Neil Young, no morirá jamás. Lo bautizaron tres chiflados en la película rockera Airheads de Rick Wilkes y Michael Lehmann (1994), cuando Chazz, Chris y Rex se enfrascan en una discusión sobre quién ganaría un round de lucha entre Lemmy y Dios. Rex aclara: “Lemmy es Dios”. Y nadie ha intentado si quiera contradecirlo; todo lo contrario, sobran las razones de peso por las cuales se le consideraba papá de los pollitos y deidad viva. Cual descendiente de Thor, donde tocaba el bajo caían rayos y truenos.
Lo fantástico es que haya logrado vivir hasta los 70 años como un vikingo del rock, blandiendo su bajo como el hacha del headbanging y alzando su copa por cada descabezado. De acuerdo con la leyenda forjada por él mismo en su autobiografía White Line Fever (Simon & Schuster, 2002), durante cuatro décadas mantuvo una dieta diaria consistente en una botella de whisky, dos paquetes de cigarros y kilos de anfetamina para trabajar en el sonido de la casa, el estruendo que algún crítico o publicista llamó speed metal del que nunca logró deslindarse.
La suficiente energía para sacar 22 discos de estudio, nueve en vivo, 12 recopilaciones, cuatro EP´s, 29 sencillos, 10 video discos, 34 videoclips, y realizar incansables giras. Eso sin contar las más de mil mujeres que se tiró para plancharlas with the iron. Pocos como él enarbolaron el estilo de vida rocanrolero, aun cuando su salud mermó hace un par de años (diabetes, hematoma, una arritmia por la que le instalaron un desfibrilador, problemas gástricos y ultimamente caminaba con bastón), redujo su dieta a cuatro shots de vodka con jugo de naranja al día y una cajetilla a la semana, sin dejar de rockear hasta el final. No murió en batalla con el bajo entre las manos, pero sí en pie de guerra. Seguro que se encuentra en el Valhalla rockero bebiendo con Odín.
1965-2015: DESDE LA PSICODELIA HASTA LA DISPERSIÓN DIGITAL DE LA MÚSICA
Lemmy cruzó cinco décadas del rock y en su caso también aplica la gran sentencia de mi abuelita (q.e.p.d.): “La culpa de todo la tuvieron los Beatles”. Porque luego de verlos tocar en la Caverna, juró que entregaría su vida a esa extraña fuerza llamada Rock and Roll. Y cumplió como los grandes, desde la psicodelia como guitarrista de los Rockin´Vickers en 1965 y roadie de un tal Jimi Hendrix, hasta la gran dispersión digital de la música en 2015. En 1971, el año que no recordaba pero tampoco olvidaría, los inventores del space rock lo llevaron a bordo como bajista y vocalista de Hawkwind.
La armaron en grande con el disco Space Ritual y se colocaron en el meoyo negro de la galaxia rockera con la canción “Silver Machine”. Pero en 1975 lo corrieron de la tripulación mientras estaba arrestado en Canadá. En el fondo era una cuestión de egos y prefería la anfetamia a la mescalina, así que lo despacharon justo cuando aparecía el sencillo “King of Speed”, cuyo Lado B era la última canción que aportó: “Motörhead”.
Los dioses del metal le concedieron la venganza y acelerado como andaba se tiró a las novias de sus ex compañeros antes de formar un trío con ese nombre. Un trío que sería infinitamente más famoso. Motörhead también fue el título y la canción estrella de su disco debut, seguido por “Overkill”, “Bomber” y “On Parole”. Eran diferentes por la rapidez y la macicez con la que rompían tímpanos. Por el estilo del bajo Rickenbacker conectado, sin efectos, a los amplificadores Marshall. Y por los gruñidos etílicos sin filtro de uno de los tipos más feos y desenfrenados en la historia del ritmo. Así desencadenaron la furia metalera que azota nuestros días.
Los 80 fueron los años maravillosos de Lemmy al lado del guitarrista “Fast” Eddie Clarke, quien más tarde formó Fast Way, y del estupendo baterista Phil “Philty Animal” Taylor, fallecido el 11 de noviembre de 2015. Este trío hizo ruido en el mundo, así fue como aparecieron en la pequeña tienda de discos importados en Ciudad Satélite. Motörhead logró hacer girar a punks y metaleros entorno a su rock. Era célebre su amistad con The Damned, con quienes llegó a palomear; sólo los punks habían alcanzado velocidades fuera de serie.
Y hacerse del título, en 1986, del “Grupo de Rock Más Ruidoso”: 130 decibeles al aire libre, 10 por encima del récord Guiness de The Who en 76. Sus mejores discos son los de esta época, el clásico Ace of Spades, No Sleep til Hammersmith —un disco de metal dorado porque vendieron 100 mil copias y alcanzó el número 1 en las listas, algo insólito para un grupo de su calaña—, Iron Fist, Another Perfect Day —con Brian Robertson, de Thin Lizzy, en la guitarra— y Orgasmatron, con dos guitarristas: Phil “Wizzö” Campbell y Michael “Würzel” Burston, y la producción de Bill Laswell.
Por su puesto que en sus travesías tuvieron cambios de personal, altibajos, y discos muy buenos durante los 90. Rock and Roll, 1916 y Bastards forman una trilogía para darse un atracón, en parte porque Philty Animal regresó a la batería antes de irse otra vez, en parte por la producción de Ed Stasium, y en parte porque probaron cosas nuevas. 1916 es un experimento sonoro en su discografía, tiene otras cadencias, saxofones, vocalizaciones a capela, sección de cuerdas, cosas inusuales en ellos. Además rolaron la canción “R.A.M.O.N.E.S.”, el eslabón que unió al metal con el punk forever and ever.
NACIDO PARA PERDER, VIVO PARA GANAR
Su sentencia vital tatuada en el brazo izquierdo, jinete de la canción “Iron Horse/Born to Lose”, actor ocasional en películas y videos, coleccionista de parafernalia nazi por puro gusto estético que se definía como anarquista y agnóstico antes de mencionar a sus seis novias negras cuando lo cuestionaban. Era un hombre excéntrico y sencillo, las últimas décadas vivió modestamente en un departamento de dos recámaras en Los Ángeles. Nunca se casó pero sí tuvo un par de hijos.
Lemmy Kilmister era conocido por ser un lector insaciable; los libros eran su equipaje en las giras —Ozzy lo retrata así en su biografía—, lo que le dio otro nivel a las letras de sus canciones. Su lírica callejera alcanzó la cima en “(We Are) The Road Crew”, poesía metalera en movimiento, una oda sobre las andanzas y las hazañas del roadie antes y después de los conciertos.
Entre las oleadas de la moda y los embates de otras corrientes alternativas, darketas, grungeras, electrónicas, metaleras, indies, poperas y gruperas, Lemmy y el grupo que lo trajo hasta el final —el guitarrista Wizzö Campbell y el baterista Mikkey Dee—, mantuvieron su rock demoledor a través de los dosmiles con otro discazo, We Are Motörhead.
Su acto le dio varias vueltas al mundo y Lemmy Kilmister se convirtió en una celebridad que sólo recogió reconocimiento y tributos, como el bajo Rickenbacker 4004LK con su firma y el amplificador Marshall 1992LEM, el famoso Murder One. Pero en ese camino su figura y su grupo también se frivolizaron inevitablemente como un accesorio de la moda. En Aftershock, de 2014, le dedica a esta nación guerrera la canción “Going to Mexico”, donde realizó tres incursiones en épocas distintas, la más reciente fue en mayo de 2013.
El último proyecto musical en el que participó fue Head Cat, el trío de rockabilly con el baterista de Stray Cats, Slim Jim Phantom, y el guitarrista Danny B. Harvey. El último disco que lanzó con Motörhead fue Bad Magic en agosto de 2015, que incluye la última canción que grabó: “Sympathy for the Devil” de las Satánicas Majestades. Una señal, sin la menor duda. La última película en la que Lemmy Kilmister participó como protagonista es Gutterdämmerung, de Björn Tagemose, en 2014. El último concierto de Motörhead fue el 11 de diciembre en Berlín, fiel a su costumbre cerraron con “Overkill”.
Aclamados reyes del speed metal, lo irónico es que Lemmy Kilmister ni siquiera consideraba a su grupo como tal. Y con razón, su música ha pasado la prueba del tiempo. Seguramente en los 70 algún crítico sentenció algo como: “A ver quién se acuerda de ellos en 40 años…” Y la prueba de la versatilidad, sus canciones, enraizadas en el blues y en el rhythm & blues, han sido interpretadas en versiones que atraviesan el country, el psychobilly, el cyber y el hardcore, hasta el exprimento sinfónico de Andy Rehfeldt con Ace of Spades o aquel jingle acústico que Lemmy se refina para la cerveza Kronenbourg. Como sea, su tarjeta de presentación era clara: “somos Motörhead y tocamos rock and roll” :x
Rogelio Garza
Escritor, publicista y ciclista. Durante más de 10 años escribió la columna Zig-zag en revista La Mosca. En 2008 editó y publicó Las Bicicletas y sus Dueños y en 2014 apareció Zig-Zag, Lecturas para Fumar, una compilación de sus mejores debrayes en la revista del insecto y otros medios.