Madame de Brinvilliers: aristócrata y envenenadora
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Madame de Brinvilliers: aristócrata y envenenadora

El 16 de julio de 1976, la marquesa de Brinvilliers fue trasladada en una carreta por las calles de París, se tomó la ruta más larga para que el populacho pudiera verla. Esta minúscula y guapa mujer de 46 años lucía tranquila, en su rostro solo había serenidad. Parecía una santa y no una criminal. Los parisienses vieron inocencia en su rostro y algunos lloraron por su inevitable destino.

Primero fue decapitada y luego la lanzaron a la hoguera. Finalmente sus restos fueron esparcidos en la ciudad; la idea era que nadie tuviera la oportunidad de quedarse con algún residuo de la marquesa como reliquia.

Durante años se manejaron supuestas verdades para resaltar la maldad de la marquesa y así justificar sus crímenes. El mundo cristiano no considera que una mujer sea despiadada, a menos que tenga una justificación monstruosa. En varios portales de internet se ha afirmado que la marquesa habría sido violada a los siete años y que después sus hermanos abusaron de ella constantemente. Nada de eso está documentado ni en sus diarios, ni en los reportes de la época.

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La Marquesa de Brinvilliers

UN MATRIMONIO CONVENIENTE

Nació el 22 de julio de 1630, se llamaba María Magdalena. Su madre murió cuando daba a luz a uno de sus hermanos, por lo que creció huérfana de ella. María Magdalena Dreux d’Aubray era hija del teniente civil d’Aubray, tuvo dos hermanos y una hermana. Su familia era de segundo pelaje, sin una riqueza lo bastante grande para tener una reputación de fortuna. Las grandes familias parlamentarias eran las únicas que poseían grandes riquezas. Mademoiselle d’Aubray no esperaba, por lo tanto, un gran matrimonio, pero como era bonita, anhelaba al menos una buena alianza.

Los retratos que existen de ella la presentan encantadora. Era pequeña, pero graciosa en su talla y en sus maneras. Su fisionomía era dulce, cándida y hasta inocente. Sobre todo tenía un carisma particular en la sonrisa y en la mirada; dicen que además poseía un espíritu amigable y conversación amena e inteligente. Por si fuera poco era una mujer muy instruida para su nivel social, lo cual queda demostrado en sus escritos. Afortunadamente el marqués de Gobelin de Brinvilliers, hijo de un presidente de cámara de finanzas y maestro de campo del regimiento de Normandía, se enamoró de ella. Era hijo único y heredero de una buena fortuna: 30,000 libras de rentas. Ese matrimonio sobrepasaba las esperanzas que se habría podido formar Mademoiselle d’Aubray, que contaba con solo un dote de 6,000 libras. Se casó el 20 de diciembre de 1651 con Antoine Gobelin, marqués de Brinvilliers.

INFIDELIDAD

Durante el primer año todo parecía indicar que sería feliz. Su mansión era agradable. El marqués había estado apasionadamente enamorado de ella. Muy pronto, sin embargo, el marqués empezó a frecuentar otras mujeres y dejó a su esposa en el olvido. Vivieron en una época en la que la moral relajada impedía que la gente se ofendiera o se enojara por aventuras extramaritales. El marido alentó al caballero Sainte-Croix para que entablara relaciones con la marquesa. Al principio se presentó como un amigo, un confidente. Este bastardo, que carecía de un apellido noble, andaba por el mundo con la cabeza en alto y codeándose con la gente honesta y noble, terminó por ganarse los favores de la que se sentía profundamente despechada.

El papá de la marquesa se enteró de las aventuras de su hija; si bien era permisible y hasta deseable que el marido fuera infiel, no aplicaba lo mismo para ella. Un día visitó a su hija, le habló con ternura, se puso casi a sus pies y le rogó que terminara con Sainte-Croix. Pero la marquesa se rehusó y le reprochó que no le reclamara a Antoine Gobelin sus ausencias e infidelidades. Su padre la amenazó; tomaría cartas en el asunto. Días después, al salir de la corte de la reina a las nueve de la noche, la carroza de la marquesa fue rodeada por una tropa de arqueros, sacaron a Sainte-Croix y lo llevaron a la Bastilla, ahí estuvo durante un año, en 1663. En la Bastilla Sainte-Croix, preso por un delito menor, tuvo la libertad de frecuentar a varios prisioneros. Uno de ellos, llamado Exili, era italiano y un químico famoso que le compartió secretos de alquimia.

Exili era experto en la composición de los venenos más sutiles. Las malas lenguas afirmaban que era el heredero de Florentin, el envenenador oficial de la reina Catalina de Médici. En cuanto Sainte-Croix y Exili salieron de la cárcel encontraron los instrumentos y las sustancias para concluir con la instrucción.

ALQUIMIA APLICADA

La marquesa se integró a las lecciones y pronto se convirtió en experta. Ejercitaba sus talentos con quien estuviera cerca. Era metódica y reunía notas acerca de las dosis, síntomas y duración de agonía; constatando con satisfacción que las fórmulas llevaban siempre a la muerte “natural”. Una de sus conejillas de indias fue su doncella Marta Desclozeaux, el aprecio que la marquesa le tenía no fue impedimento para que probara una nueva fórmula en ella. Marta no murió, pero la desdichada estuvo mucho tiempo enferma a riesgo de perder la vida. Nunca recuperó la lozanía de antes. Ese mismo veneno lo utilizó la marquesa con su propia familia.

Llevo a cabo un experimento atroz en hospitales y asilos. Con la máscara de dama de caridad se dio a la tarea de repartir dulces y pastelillos a ancianos enfermos, que invariablemente morían en plazos más o menos cortos, lo que no extrañaba a nadie, dada su edad y mal estado de salud. Uno de los lugares en los que practicó sus artes fue el hospital le’Hôtel-Dieu. Ningún enfermo sobrevivió a la violencia del veneno.

Una vez dominado el oficio, se dedicó a envenenar a su padre, con quien estaba resentida. El envenenamiento duró ocho meses, le administró el veneno entre 28 y 30 veces; ella misma o a través de un lacayo que conocía sus secretos: Hamelin La Chaussée. Antoine Dreux d’Aubray murió en París el 10 de septiembre de 1666, a los 66 años, luego de sufrir dos meses con vómitos incontrolables y dolores agudos que ningún médico pudo curar. La autopsia mostró, según los médicos de la época, que la muerte había sido por “causas naturales”.

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La Marquesa de Brinvilliers

La herencia de la marquesa fue menor de lo esperado, y sus hermanos fueron, según ella, injustamente favorecidos. Enfurecida, le  encargó a La Chaussée que les administrara los consabidos productos. El encargo fue cumplido tan a conciencia que ambos fallecieron el mismo año: 1670. El primero el 17 de junio, solamente 13 días antes de la muerte de Enriqueta de Inglaterra, y el segundo en noviembre. En la autopsia elementos sospechosos fueron desestimados y la cosa quedó ahí. Tan poca sospecha tuvieron, que incluso uno de ellos le dejó una modesta herencia al criado que creía fiel.

La hermana de la marquesa dudó de ella, y aunque no compartió sus inquietudes, jamás volvió a recibirla después de la muerte de sus allegados. Sainte-Croix tampoco estaba tan confiado, de hecho ya no quería estar con esa mujer a la que no podía amar y que además le causaba escalofríos. Le helaba el corazón. Las artes de la marquesa se dirigieron a su propio marido. Durante un tiempo se involucraron en un juego macabro: la marquesa le proporcionaba el veneno y Sainte-Croix el antídoto. El marido no murió pero adivinó las intenciones y se mudó a otro domicilio.

LA CASUALIDAD REBELÓ EL SECRETO

Sainte-Croix continuó experimentando con diferentes sustancias. Un día mientras trabajaba en su laboratorio, con un veneno tan sutil que podría matar a través de una carta o un objeto cerca de la víctima, la máscara de vidrio que usaba de protección se rompió. Las emanaciones de ese veneno lo fulminaron. Como no tenía ningún heredero, ni pariente conocido, el comisario del barrio hizo un inventario con todas sus cosas. En sus pertenencias, debajo de la cama se encontró un cofre con un papel que decía: “Suplico humildemente a quienes encuentren este cofre que lo lleven a manos de la marquesa de Brinvilliers, en la calle Neuve-Saint-Paul… ya que todo lo que contiene le pertenece y tiene que ver con ella… En caso de que haya muerto antes que yo, quémenlo, así como todo lo que esté dentro, sin abrir nada; yo juro, en nombre de Dios que adoro, y sobre todo lo que me es más sagrado, que si el destino contraviene a mis intenciones, todas justas y razonables en este asunto, yo culpo, en este mundo y en el otro, a su conciencia y protesto que es mi última voluntad. Paris, 22 de mayo 1672. Sainte-Croix.”

La marquesa al enterarse de lo ocurrido, temerosa y preocupada usó todos los medios posibles para obtener el cofre. Como no lo logró, huyó con la esperanza de que la «herencia» solo evidenciara su relación adúltera y quizá su complicidad en la confección de venenos. En efecto, dentro del cofre había cartas de amor y 75 recetas para fabricar veneno.

La Chaussée, el fiel sirviente, al enterarse de la muerte de Sainte-Croix levantó una demanda para que se le pagara la suma de 200 monedas de oro que supuestamente le debía el occiso por deudas acumuladas durante siete años. La viuda de d’Antoine d’Aubray, uno de los hermanos de la marquesa, supo por los rumores públicos que La Chaussée, su antiguo sirviente, había servido siete años a un envenenador; de inmediato levantó un requisitorio contra él, por sospechas de haber envenenado a su marido. El hombre fue arrestado y sometido a torturas, como se estilaba en la época. No tardó mucho en confesar que la culpabilidad era de la marquesa.

CAPTURA

La marquesa se refugió en Inglaterra, pero la presión fue tal que el mismo Luis XIV pidió al rey de Inglaterra que le enviara a la marquesa, quien escapó a Bruselas y se recluyó en un convento de Liège con otro nombre, tuvo el cuidado de cambiar sus costumbres, su modo de hablar, de caminar. Se transformó en otra persona. Sin embargo, su asilo fue descubierto. No era posible sacarla bajo esa nueva identidad, así que enviaron al padre Desgrais, quien poco a poco se ganó su confianza. Un día le propuso un paseo a las afueras de la ciudad, y ella tuvo la imprudencia de aceptar, apenas llegaron a un pequeño bosque fue rodeada por un tropa de arqueros. En cuanto fue detenida, Desgrais regresó al convento y recogió todos los papeles de la marquesa, entre los que se encontró un cuaderno escrito con su puño y letra titulado: Mi confesión general. En ese escrito, la marquesa revela, entre otros crímenes,  haberle prendido fuego a una mansión por puro divertimento, además del asesinato de su padre y sus hermanos.

De camino a París la marquesa agotó su último recurso: corrupción. Sedujo a uno de sus guardias con un diamante que tenía en un dedo, y le confió una carta para el señor Theria, que vivía en Liège. En esa carta le pedía Théria que recogiera todas sus pertenecías, que todavía creía seguras, del convento; y le recomendaba, sobre todo, que quemara el cuaderno titulado: Mi confesión general. El arquero tomó el diamante y la carta, y le prometió ser un fiel mensajero. Guardó el diamante y le dio la carta a Desgrais, lo que instituyó un cargo más contra la acusada.

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La marquesa de Brinvilliers, detención

Ya en París, la marquesa escribió a varias personas en busca de ayuda sin obtener respuesta de nadie. Todos temían por sus vidas. Al saberse perdida por las confesiones de La Chaussée y por sus propios escritos, dejó de negar los cargos y se resignó a su destino.

Pese a que no quedaba nada por confesar, el procedimiento exigía que la condenada fuese torturada antes de la ejecución, para que delatase a sus cómplices. La ataron desnuda al potro, le hicieron tragar varios litros de agua con ayuda de un embudo. La diminuta mujer aguantó estoicamente. Era amable con el verdugo. Su rostro adquirió una serenidad que no concordaba con el dolor físico que le propinaban. No delató a ningún cómplice. Esa actitud rápidamente pasó de boca en boca, la gente empezó a considerarla una santa.

El abad Pirot fue su confesor y él también afirmaba que la marquesa era una santa, no solo por haber aguantado la tortura, sino porque se la pasaba rezando por todos, menos por ella misma. La misma muchedumbre que había pedido un castigo ejemplar para la envenenadora, ahora quería salvarla. Luis XIV fue inflexible y fijó el 16 de julio de 1676 para su ejecución.

El único amigo que le demostró fidelidad todo el tiempo fue su marido. Jamás declaró en su contra e intentó salvarla sin éxito.

EJECUCIÓN DE LA MARQUESA DE BRINVILLIERS

El 16 de julio de 1676, a las seis de la tarde, la marquesa de Brinvilliers, vestida solamente con una camisa de sayal y sosteniendo un antorcha de cirio amarillo, fue conducida a la plaza de Grève. Las calles y las ventanas estaban repletas de mirones. Cuando al fin llegó a la plaza, subió sola al patíbulo. Mostró valor y fortaleza. Estuvo ahí, parada durante un cuarto de hora aguantando al verdugo de París, André Guillaume, que la cambiaba de lugar, le quitaba un trapo le ponía otro, fue un trato cruel y humillante. Pero al final hasta el mismo verdugo se compadeció. Afiló extremadamente la espada para no hacerla sufrir. Luego su cuerpo fue llevado a la hoguera y cuando ésta ardía, el verdugo lanzó la cabeza. Dispersaron las cenizas y los frascos de veneno y polvo en el Sena; para evitar que la gente los conservara como reliquias.  Sus bienes fueron confiscados.

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Le supplice de la marquise de Brinvilliers
Le supplice de la marquise de Brinvilliers

EL CASO DE LOS VENENOS

El proceso famoso que condujo a la ejecución pública de Marie-Magdelaine de Brinvilliers, significó el comienzo de una serie de aterradoras revelaciones, que llevarían a Luis XIV a instaurar un tribunal especial para investigar el que más tarde se conocería como el “caso de los venenos”. Durante mucho tiempo el parlamento se ocupó en torturar gente para saber si la marquesa de Brinvilliers tenía otros cómplices, además de Sainte-Croix et La Chaussée.

Sospechaban que los venenos de la marquesa habían trascendido fronteras y que se habían usado para asesinar a nobles con fines políticos. De acuerdo al historiador Michel Vergé-Franceschi, es probable que hayan asesinado a Enriqueta de Inglaterra 13 días después de que la marquesa asesinara a su hermano. Enriqueta de Inglaterra contribuyó al Tratado de Douvres, al acercamiento entre su hermano Carlos II y Luis XIV y evitó que Francia apoyara a España; lo cual no fue bien visto por algunos parlamentarios. Dos semanas después de haber logrado estas diligencias, mientras se encontraba en Londres, Enriqueta de 26 años fue presa de violentos dolores. Su agonía duró algunas horas durante la noche del 30 de junio de 1670, en el castillo de Saint-Cloud.

Se sospecha que los venenos de la marquesa también fueron usados para envenenar a Jean-Baptiste Colbert, justo antes de que el rey lo nombrara secretario de Estado en la Marina, el 18 de febrero de 1669. Además, el 2 de mayo del mismo año, Pennautier amigo de la marquesa, fue acusado de envenenar al viejo recaudador del Clero francés para quedarse con su puesto, lo que efectivamente logró el 12 de junio de 1669.

En ambos casos, la proximidad cronológica de los envenenamientos se explica por el uso del mismo producto, difícil de fabricar y de conservar.

LA CONMOCIÓN DE LOS VENENOS

El tema de los venenos es un episodio oscuro en el reinado de Luis XIV. En ese escenario de crímenes, la marquesa de Brinvilliers aparece como actriz principal. Los envenenamientos esparcieron el horror al interior de las familias, cada día moría una víctima por la avaricia y la venganza de otro miembro de la misma. Y aunque la marquesa Brinvilliers fue usada como chivo expiatorio, la realidad es que la expansión del uso de venenos, sutiles o salvajes, fue desmedida.

El proceso, condena y ejecución de la marquesa de Brinvilliers están reportados en los Crimes Célèbres de Alexandre Dumas y en la correspondencia de Madame de Sévigné, que fue publicada entre 1725 y 1728. Madame Sévigné atestiguó el proceso y asistió a la ejecución, en una de sus cartas dice: “Mañana buscaremos sus huesos, porque la gente decía que era una santa. Una santa que quiso castigar la alianza franco-inglesa de 1670 al envenenar a Madame Enriqueta de Inglaterra”.

En la actualidad varios autores, entre ellos Agnès Walch, han reconsiderado el proceso de la marquesa de Brinvilliers. Sin quitarle la responsabilidad de sus crímenes, Walch piensa que no se pudo defender adecuadamente por el modo en que se llevó el proceso. Además, en el diario del abad Pirot, queda claro que los jueces querían que Brinvilliers acusara como cómplices a sus enemigos políticos, pero ella nunca cedió.


De la columna Dalias Negras

Por Bibiana Camacho


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