El terremoto de 1985, que sacudió a la Ciudad de México, dejó una ola de destrucción jamás imaginada. No solo arrasó con edificios y casas, también con miles de vidas. Transformó la ciudad (que de por sí ya tenía años en franca mutación) y aceleró la decadencia. Durante los años setenta e inicios de los ochenta, una parte muy importante de la ciudad vivió momentos de gloria gracias a la noche. La entrañable época del Cine de Oro mexicano ya estaba sepultada, pero las frondosas vedettes mexicanas, que acapararon gran parte de esas películas, habían dado paso a las vedettes, quienes no solo participaban en el cine, sino que montaban tremendos espectáculos en vivo y en centros nocturnos de gran tradición.
En 1975, Bellas de noche, también conocida como Las ficheras, de Miguel M. Delgado, inició la saga de películas catalogadas como cine de ficheras. La trama gira en torno a un antro llamado El Pirulí, y a lo que ocurre con los personajes que ahí convergen, es decir, a las frondosas bellas de noche y a sus clientes.
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En Bellas de noche (2016), el documental homónimo dirigido por María José Cuevas —a la que por cierto le tomó casi una década culminarlo—, las vedettes Olga Breeskin, Lyn May, Rossy Mendoza, Wanda Seux y Princesa Yamal son las protagonistas.
Breeskin, quien hizo del violín una extensión de su sensualidad, describe el camino que la llevó al fanatismo religioso. Lyn May, la bailarina exótica por excelencia, cantante y entusiasta recalcitrante de la disciplina y la perfección. La Princesa Yamal repasa los sinsabores de su carrera truncada por la nota roja, que la involucra en el robo de piezas arqueológicas.
Wanda Seux, hoy acumuladora de perros, confiesa que su único anhelo era compensar a su madre, quien vivió la mayor parte de su vida con carencias; además la vemos luchar contra el cáncer. Rossy Mendoza se empeña en escribir un libro de metafísica.
El común denominador de las vedettes mexicanas es la belleza y el desparpajo, todas procuran mantenerse esbeltas y con buena figura: el ejercicio, los aparatos tortuosos (hoy impensables con las nuevas tecnologías de gimnasio), las mascarillas, el botox y hasta una que otra cirugía para tratar de congelar el deterioro.
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Estas representantes de la última generación de vedettes mexicanas fueron, en su momento, mujeres transgresoras. Si uno tiene la oportunidad de leer entrevistas de sus épocas de esplendor se dará cuenta que no eran improvisadas, estaban conscientes del uso de su cuerpo y de su belleza, la explotaban sin tapujos, no sin antes pasar por largas sesiones de ensayo, clases de baile, de canto, pruebas de vestuario y selección musical.
Olga Breeskeen, por ejemplo, llegó a generar más de cien empleos en sus noches de show: coreógrafos, profesores, vestuaristas, costureras, bailarines, cantantes, cómicos, representantes, meseros y asistentes.
Lyn May siempre soñó con cantar ópera, Madama Butterfly para ser precisos, incluso tomó clases de manera rigurosa; no obstante consciente del tipo de público que atraía, reconocía que los asistentes a sus shows jamás irían a Bellas Artes, y los asistentes habituales de Bellas Artes tampoco aventurarían una oportunidad para escucharla.
Rossy Mendoza siempre luchó por ser reconocida por su talento, y no solo por su cuerpo, además de ser ávida lectora de Luis Spota y Ricardo Garibay. Algunos de estos testimonios se encuentran en el libro Los dueños de la noche (Plaza Janes, 2001), de Cristina Pacheco.
A pesar de que María José Cuevas convivió con vedettes de la talla de Tongolele, porque su papá las conocía e invitaba a su domicilio, jamás pensó en trabajar con ellas. La inquietud surgió mientras ayudaba a su exnovio en la documentación del robo al Museo de Antropología, de la Ciudad de México, ocurrido en 1985.
La princesa Yamal estuvo involucrada como cómplice en ese bochornoso caso que prácticamente acabó con su carrera, luego de pasar dos años en la cárcel.
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La complicidad entre María José y la princesa creció, a tal grado que Cuevas decidió iniciar grabaciones improvisadas y sin ningún fin específico. Luego la exestrella argentina la llevó con sus amigas, y el proyecto poco a poco tomó forma.
Se convirtió en un documental memorable y entrañable, que muestra a cinco vedettes que disfrutaron y explotaron la época del destape, ahora inconcebible por la corrección política. Una época en la que el show abarcaba público de todas clases sociales, pues aparecían tanto en cabarets de lujo, palenques, películas y teatro.
Una ausencia notable es la de Sasha Montenegro, quizá la más bella y enigmática de todas, que trascendería a la fama de sus contemporáneas al contraer matrimonio con el expresidente José López Portillo.
Cuevas no ocupó un método específico ni un guión elaborado, les pedía que hicieran lo que ellas quisieran, que hablaran de lo que les inquietaba y que se vistieran y mostraran como desearan. Quizá por eso el documental se nota auténtico y fresco.
Se muestran tal cual son, con debilidades y miedos, conscientes de los logros que tuvieron y de lo que perdieron. Ninguna de ellas arrepentida o amargada; al contrario, todas tienen planes para el futuro y guardan recuerdos de lo que hicieron en el cine, televisión, sesiones fotográficas, entrevistas, autógrafos y shows de alta calidad con bailarines, coreografías, música en vivo y luces.
Ellas se exhibían, cantaban, bailaban y explotaban los clichés masculinos del arte de la seducción.
Este cuarteto logró captar con su lente la exuberancia y sensualidad de muchas vedettes mexicanas de los setenta y ochenta. Las mujeres no solo posan con poca ropa, sino en posturas sugerentes y en ambientes bucólicos, íntimos o del espectáculo.
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La muestra recrea, a manera de collage, algunos de los carteles que anunciaban los shows o las películas en las que aparecían las reinas de la noche. Esta exposición, al igual que la película, muestra una Ciudad de México con un ambiente nocturno que jamás volverá: se podía fumar en los interiores, encontrar lugares abiertos al amanecer, ver espectáculos de alta calidad y caminar por calles oscuras con incertidumbre, pero sin temor.
Bellas de noche obtuvo el premio a Mejor Documental en la 14 edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (realizado del 21 al 30 de octubre 2016) y el del Público Cinemex a mejor película mexicana, en la quinta edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.
Ya se proyectó en el Telluride Film Festival 2016, el Toronto Film Festival (tiff) 2016 y el International Documentary Film Festival Amsterdam (IDFA) 2016.
Durante 91 minutos la película muestra las personalidades de mujeres que solo son recordadas por su físico. Mujeres que a pesar de tener más de 60 años y haber llevado, en ocasiones, su vida al extremo, están llenas de vida, desinhibidas y con ganas de transmitir su alegría, con pose y sin ella. Se exhiben entre el personaje y la persona.
Existe una línea difusa entre la interpretación y la realidad que, muchas veces, ni ellas logran distinguir. Hay momentos en los que pareciera que están actuando frente a la cámara, pero luego se revelan de una manera que deja claro que no es actuación, ellas simplemente son así.
Cuevas intercala imágenes de la vida actual con aquellas en las que aparecen aduladas, consentidas y veneradas cuando sus nombres brillaban en las marquesinas de los centros nocturnos más conocidos de México.
Causaban escándalo en las portadas de las revistas, se codeaban con políticos y empresarios poderosos. Disfrutaban de coches, casas, joyas, viajes, fiestas, programas de televisión y entrevistas. Eran bellezas nocturnas que trabajaban en la oscuridad iluminada por reflectores y despertaban a la hora de la comida.
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En 2016, José Luis Martínez S. publicó El día que cambió la noche. Memorias de un noctámbulo (Grijalbo). En este libro, el autor narra sus primeros años como periodista en una Ciudad de México plagada de antros con variedad, con una vida nocturna activa y generosa para prácticamente todos los bolsillos.
Desde su visión de periodista y escritor, José Luis, retrata una ciudad menos opresiva y más libre, en la que cabían los shows de Olga Breeskeen y los antros de mala muerte.
El autor narra su vagancia por la noche y hace un breve homenaje a sus maestros Don Vicente Ortega Colunga y Renato Leduc. Cuenta que un buen reportero cubría la noche y el día, sin distinción. Afirma, sin temor a equivocarse, que hoy en día “vivimos en una noche oscura.
La noche perdió su fulgor, perdió sus reflectores, perdió sus candilejas, ya no están esas marquesinas donde se anunciaban las grandes estrellas”.
La Ciudad de México ha perdido la belleza en todos sus ámbitos: arquitectónico, de paisaje, de personas y de ambiente. Las vedettes mexicanas que engalanaron los centros nocturnos más prestigiados han perdido el esplendor y no hubo quien las reemplazara.
María José logra, en su documental, registrar los cambios en el paradigma de belleza, hoy en día los estándares contemporáneos tienen poco que ver con lo que hace algunas décadas llamaba la atención.
La vanidad, belleza, vejez, fuerza y fragilidad son parte de estas mujeres que, hace algunos años, con sus cuerpos perfectos, anchas caderas, torneadas piernas y generosos senos, cubiertas de lentejuelas, encajes, plumas y pedrería, formaron parte de una agitada y envidiable vida nocturna de la Ciudad de México.
Bellas de noche no solo retrata a las vedettes mexicanas de una época dorada, también retrata a una ciudad que se fue, a un concepto de la belleza que no regresará y una fuerza vital que, pese a todo, continúa latente en esta caótica realidad.