El arte puede servir para muchas cosas. Un artista puede expresar su sentir particular y sacarlo en forma de pintura, escultura, música, etc. También se puede usar para protestar por una situación política o social. Sin embargo, Anna Coleman lo usó para algo muy particular: ayudar a los veteranos de guerra.
Durante la primera guerra mundial se utilizó por primera vez armamento bélico de artillería pesada. Esto ocasionó que se produjeran heridas nunca antes vistas. Las deformaciones eran el pan de cada día. Soldados que perdían la mitad del rostro y quedaban con cicatrices que sus ojos y a los ojos de la gente del momento los convertía en una especie de monstruos, o al menos eso es lo que se decía en la época.
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Para esto, Anna Coleman desarrolló unas máscaras especiales que hacían que a simple viste se cubrieran las heridas. A esto le añadió pintura, para que parecieran lo más realistas posibles. Logrando hacer máscaras personalizadas en las que utilizó su habilidad como pintora para que fueran lo más realistas posibles.
Cabe mencionar que las máscaras también fueron realizadas por la propia Anna Coleman quien además de pintora era escultora. Esto llevó a que su labor fuera fundamental para tratar los traumas post guerra que se vivían tras sufrir una de estas heridas.
Para realizar esta labor, Anna Coleman se unió al también escultor Derwent Wood, quien creó toda la técnica para realizar estas máscaras de hojalata.
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A la hora de crear estas máscaras, Anna Coleman se basaba en viejas fotos para saber cómo era la persona antes de quedar desfigurada. Después sacaba un molde de la cara del soldado para que le quedara a la perfección. Para la barba y bigote usaba cabello humano del mismo color del del usuario para resaltar el realismo.
Aunque al ver la máscaras de Anna Coleman con ojos actuales posamos pensar que no eran tan realistas, lo cierto es que para la época fue algo revolucionario que ayudó a más de un soldado el hecho de llegar a su hogar y no poderse reconocer en el espejo.
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Ruy Martínez
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